domingo, 8 de agosto de 2010

Los agostos de la Villa y Corte

Que el mes de agosto no es el mejor para pasarlo en Madrid es una obviedad. Que la gente que se queja minuto a minuto de esta desgracia es una envidiosa es igual de cierto. Eso si, yo también he deseado que apareciese por arte de birlibirloque un cadalso o algo al uso para ajusticiar al que te dice -¿qué haces mañana?, -pues trabajar, -ah, yo me voy a Burundi a ver lagos... Más sitio para aparcar, piensas, el que no se consuela.
Sin embargo, después de cinco agostos seguidos sin salir de los límites territoriales de Madrid uno aprende a sobrevivir y por si alguno que ha caído en esta página por casualidad está pensando en suicidarse, es mejor que se pare a pensarlo o, al menos, que primero me lea, todo sea por subir un lector más; aunque sea esporádico. Verdad absoluta que la gente en bañador por Madrid, los móviles a todo volumen -no entiendo la razón de que se multipliquen en verano-, los periódicos con noticias de relleno y las parejitas arrejuntadas por las esquinas invitan a pensar que no tiene solución esto del verano en la capital, pero hay planes que sirven para reconciliarse con el género humano. Verbigracia. Estás en agosto tirado en tu casa, te metes en internet y lees las últimas tonterías memoricahistoricaselectiva: fuera estatuas de Melilla. Correr hasta la casa del amigo más próximo y que te invite a una cerveza mientras habláis de la pifia de Fulano que casi la lía, y listo. El mundo se equilibra. Esto vale con todo, ¿que los controladores, esos pobres obreros de sol a sol, se quieren poner en huelga para ganar mucho más de 200.000 euros? Tú, respiras hondo, te coges el bañador y acudes a la piscina que se tenga más a mano y contemplas el panorama. Con suerte y si no sientes a nadie con radiocassete discotequero que te joda el descanso, vas al agua, sales del agua, ves a esa chica se tumba al sol y chatea con su blackberry -faltaría más- y así, con esa figura encurvada, se vuelven a ir tus males.
Pero cuando ya el tema es muy gordo, tanto que lo consideras el mejor emético del verano, toca proponer o acudir a una barbacoa. La primera razón es porque si vas a vomitar mejor con el estómago lleno. La segunda, porque la sensación de hartazgo humano se convierte en otro tipo de hartazgo, más relacionado con la gran ingesta de alimentos y las partes del cerdo. Algo mucho tan placentero como una dimisión conjunta. Además, en estos actos siempre acabas solucionando el mundo con los amigos y lo ves todo mucho más posible, como concluir, entre la decimocuarta y decimoquinta cerveza, que deberías haber aprovechadi el día que se ganó el Mundial para dominar el mundo, algo que se nos pasó pero que no descartamos para futuros acontecimientos deportivos.
El verano sin vacaciones es un plomo, no se lo niego; y apostaría el brazo derecho a que preferiría escuchar un discurso de hora y media de Rajoy que esto, pero es lo que hay. O nos ponemos en modo cainita y odiamos todo lo relacionado con quien se pira -sería muy español por otra parte- o aprovechamos que Madrid se queda vacío y, por lógica proporcional, con menos gafapasteros de Malasaña guays del Paraguay de todo color y clase para vivir lo que durante el resto del año no podemos. Disfruten, que los que están en la playa tienen que aguantar a la madre gritando, al gordo roncando, al niño que pasa por encima de la toalla, los toc-toc infinitos de las palas, los  “¡¡cerveza, coca-cola, agua!!” a gritos, y trileros desplumando a pérfidos. Piénsenlo, es mejor tomarse una cerveza en Madrid en agosto con el bar vacío, el aire acondicionado lleno y un par de amigos que, como uno, se queden en Madrid antes que quemarse tantas horas al sol y aguantar a esa abigarrada gente que habita el litoral. Al final vamos a acabar huyendo de Madrid de toda la gente que vendrá en agosto.

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