jueves, 7 de noviembre de 2013

Juguetes

Las primeras prácticas que tuve como periodista fueron en una televisión pública: Telemadrid. Un monstruo con más empleados que la BBC donde lo difícil, que no imposible, era encontrar gente válida y con ganas que no se hubiesen amoldado al lenguaje y formas funcionariales. 'Dinosaurios' (por poco ágiles y mayores) los llamaba uno de mis maestros en esa casa.

Nunca he creído en la necesidad de mantener televisiones públicas más allá de una cadena nacional. Y aún así, con peros. Verbigracia: Me gusta el fútbol pero no entiendo que "la televisión de todos" se gaste una millonada en los derechos de la Champions League. Quien quiera ver fútbol, que lo pague.

Mi ideal de televisión pública sería que La 1 emitiese información y producciones nacionales y que La 2 tuviese la totalidad de sus contenidos en inglés: películas, programas, documentales... Incluso la misma programación que el otro canal pero con el idioma de la isla, por qué no. El resto de televisiones de titularidad pública; es decir, las autonómicas, tienen un papel de megáfono del poderoso provinciano de turno. Son sus juguetes y con ellos, como en el patio del colegio, juegan quienes ellos deciden y como ellos quieran. Sólo puedo comprender su existencia con el argumento del idioma: aquellas comunidades que tengan lengua propia y fomenten su uso y conocimiento con una programación austera, sin alardes de compra de derechos millonarios.

Este último podría ser el caso de Canal 9, la televisión valenciana que echa el cierre. Sin embargo hay cosas que no se entienden. Uno de ellos, el despropósito de esos entes públicos de decidir competir de tú a tú con los grandes imperios privados. No es su tarea, no hay igualdad de fuerzas y mientras que las privadas arriesgan un dinero que a nadie que no sea su empleado o accionista preocupa, la pública gasta el de todos.

¿La culpa es de los políticos? Puede ser, pero esa afirmación no quita de culpa a los ciudadanos. Resulta que todo lo que tiene titularidad pública depende de ellos, los de los trajes caros y los coches oficiales. Pero 'ellos' son colocados por nosotros, así que una conclusión razonable y para algunos peligrosa es que la culpa, en el fondo, es nuestra.

Se empieza cerrando una televisión, se sigue por recibir trajes y se termina por no saludar al votante. Lo peor es que, los valencianos, cuando pueden hablar con su voto, ponen la cama. El drama humano de mil personas a la puta calle -y en la puta calle hace mucho frío- es tremendo. Incluso mentalmente busco soluciones ficticias al cierre como podría ser una venta, una privatización (palabra demonizada por los que buscan culpables en un mundo paralelo). Claro que a ver quién es el guapo que se hace cargo de una deuda contraída gracias a, entre cosas que no entiendo, pagar y financiar a los equipos de fútbol de la Comunidad Valenciana. Y no duden de que adelgazarían una estructura sobrealimentada para cumplir y pagar favores.

Tema aparte me parece, y no llego ni a los 30, el corporativismo barato. Una especie de nepotismo de grabadora y bolígrafo. Un periodista que no se solidarice con el cierre de un medio no es periodista. Falso. El cierre de Canal 9 no implica -como esas grandes palabras que escriben muchos buenista- que "muera un poco la libertad de expresión". Ese precepto se perdió por los pasillos del canal valenciano.

No echo la culpa a los periodistas, ni cámaras, ni operadores; así estaba montado el negocio y ellos decidieron participar. Cada uno carga con lo que está dispuesto a hacer y sería utópico -e inocente- pedir un periodismo pulcro de facultad.

Hay medios que seguirán cerrando, otros que abrirán y otros que intentarán sobrevivir mudando pelajes o vendiendo parte de su estructura. Seguro que un periodista, sin el apellido "en paro", seguirá siendo una meiga. Puede que incluso me toque a mí, pero si queríamos comodidad, como dice mi padre, debería "haber estudiado". Y hay una solución fácil para que una administración no pueda jugar con nosotros: que tenga pocos juguetes.

martes, 1 de octubre de 2013

El WC

Tengo una carrera, periodismo, y un máster, también en periodismo, del diario El Mundo. Aunque reconozco que sólo saqué una matrícula de honor durante los cinco años que visité diariamente la cafetería de mi facultad complutense. Echando cuentas, creo que el 60% del tiempo que duró esa etapa me lo pasé entre cartas, parchís, pinchos de tortilla y rubias frescas, tanto humanas como líquidas con espuma.

Durante ese tiempo trabajé de gasolinero y más tarde en la compañía de transportes Seur. En la empresa de la flecha caminaba todos los días 4 horas, cargado con un carro de envíos lloviese, nevase o agosto decidiese derretir la acera. Mi trabajo era ir de contratante en contratante recogiendo, a pie, paquetes. Me divertí. Aprendí lo que es la responsabilidad, la confianza de los jefes, el convencimiento de que todo el mundo, desde Emilio Botín hasta el barrendero, es importante para que funcione un país. Conoces el compañerismo, las puñaladas de algunos que vestían tu mismo uniforme y a vivir con tu dinero, el ganado por ti. Ese que duele mucho más gastar que el de la paga de los domingos.

En la gasolinera no duré mucho, estaba lejos de casa -Navacerrada- pero conocí ese submundo de gente de pueblo con los que se aprende a valorar cosas que para ti ni existían. Si se hiciese una encuesta "rápido, diga el lugar más limpio que se le venga a la cabeza" ganaría por goleada la opción los baños de una gasolinera. Me tocó limpiarlos, como era de esperar. Y ahora trabajo desde hace un año en el periódico El Mundo. Fin de mi trayectoria.

Habrán adivinado a qué viene mi currículo. Uno de tantos españoles que se han ido al extranjero por el paro se ha puesto espléndido y ha sacado su palmarés para exigir jugar el partido en casa. Una especie de Casillas del periodismo y la publicidad licenciado por el CEU. Y con máster en community manager, perdón por el olvido. Viene a decir que si se tiene carrera se merece ser importante, que pongan el don delante de su nombre y esas cosas, y no limpiar retretes anglosajones. A mí, esa actitud de tengo dos carreras me recuerda a Mariano Rajoy explicando que nunca cobró en negro alegando que tiene la oposición de registrador de la propiedad. Un respeto, señores, que yo estoy leído.

Se puede ser licenciado e idiota al igual que uno se puede llamar Amancio, confeccionar batas desde los 14 años y ser el tercer hombre más rico del mundo. Es una cuestión de actitud, no de diplomas. Es innegable que la situación española es tan mala que ojalá pudiésemos todos emigrar a esa otra España, la de las portadas de La Razón, que tan buena pinta tiene. Gente muy preparada no puede trabajar, pero es estadística pura: no todo el mundo con carrera puede trabajar de lo suyo. Además, el llorón de Valencia estudió periodismo y publicidad, una profesión que, sigo pensando, no se aprende en la facultad. No es ingeniero aeronáutico en la Politécnica -por decir una- con premio final de carrera. Ni un químico excelso de un CSIC en coma. Esos sí me generan pena porque, como me dijo Margarita Salas en una entrevista, "lo malo no es irse, es no poder volver" y son profesiones necesarias para el desarrollo de un país. El periodismo lo es tanto o más, estoy seguro. Pero es una carrera sencilla donde la única coincidencia con la realidad de una redacción es que existe el trepa, el solidario, el cojonudo y el que se escaquea.

Joaquín Manso me dijo cuando me contrataron que había tenido suerte de que me quedase en el periódico y, una vez dentro, lo que iba a necesitar ya no era la divina providencia, sino justicia. Uno de esos piropos que te llegan y que, extrapolado, está cargado de verdad. Sin embargo, hay varias formas de jugársela sin tener que depender de que un gran grupo de comunicación coja un vuelo a Gatwick y te llame a la puerta. Chico, eso no va a pasar.  Hoy mismo un joven comienza su andadura en este periódico. Igual no ha sido premio excelencia en la carrera, pero qué quieren que les diga, tampoco ha llorado como el Boabdil (cambien Granada por Londres) del siglo XXI.

martes, 24 de septiembre de 2013

Un barril para ti

El primer día que le vi vestía camisa de manga corta, con bolsillo a la altura del corazón y dos 'capuchas' de Bic sujetadas en él apuntándole al mentón. Sus eternas gafas metálicas con las que juega en las manos de una manera característica, su cara blanca con mejillas rosadas y su media sonrisa. Así conocí al que, durante años de profesión, ha coleccionado sellos en su pasaporte con la misma facilidad que cualquiera encuentra hojas de árboles en otoño.

Te puede mandar a la mierda en distintas lenguas. Que yo sepa, en ruso, italiano, inglés y creo que también en francés -y no descarto el alemán-, lo cual le da un puntito canalla que se le acentúa cuando sonríe y deja entrever un colmillo largo, afilado de tantos años en los barros de las corresponsalías y, sobre todo, en la nieve roja de la URSS.

Lo considero un tovarich, pero sobre todo un maestro. Gracias a él estoy en la redacción en la que siempre quise estar, aunque cada vez se parezca menos al periodismo sórdido que siempre me atrajo. Fue mi profesor en el máster de El Mundo, mi lector, mi crítico y, a veces, mi confidente. Quizá nos enseñaron en exceso a expresar las cosas por escrito y sucede que ahora me cuesta expresárselo a la cara. Por eso sólo se me ocurre esta forma para mostrarle mi agradecimiento. Le invitan a irse del periódico después de dos décadas y dejaré de verle pasear y de oírle llamarme "vividor" cada vez que me veía acompañado de mis compañeras -a las que también enseñó-. A él le dará rabia, a mí tristeza.

Se presentó la primera vez como Francisco, le llamábamos Paco y descubrimos que le llamaban Pacovich -por su trabajo soviético-, aunque nos advirtió que no le llamásemos así hasta tener confianza. Un día en el que ya era redactor se lo llamé sin querer, le pedí perdón de inmediato y me dijo que no pasaba nada, que "ya podía". Pacovich ha sido el que me soltó el que es uno de los mejores halagos que me han dicho desde que estoy en esta casa: "para no tener ni puta idea de esto explicas muy bien las cosas para tontos, que para eso nos pagan". Y recuerdo una anécdota de cuando corregía uno de nuestros primeros textos: un compañero escribió un artículo dividido perfectamente en aquella pirámide y cinco uve dobles que como verdad revelada enseñaban en la facultad y que con la misma devoción luchan por destrozarlas en la redacción. Tan bien estructurado estaba que Pacovich dudó de su autoría pensando que era un teletipo de EFE y tras preguntar, repreguntar, insistir y sorprenderse, dio por bueno el artículo y se echó a reír mientras pedía perdón. No se le caían los anillos.

Dudar hasta de tu madre, a eso nos enseñó Paco, una de los mandamientos de este oficio de egos. Hoy el mío estaría por los suelos si gente como él no hubiese confiado en mí, si no creyesen en que tengo un hueco en esto de manchar folios. Cuando escribí un artículo de opinión criticando cierta demagogia con una marca de cerveza lo único que me dijo fue que me daría su opinión, precisamente, delante de una cerveza. Han pasado meses y esa caña se ha convertido en un barril, como me recordó, y quiero prometerle que nos lo tomaremos.

De momento, esta es mi palmada en el hombro que no le he dado todavía. Nunca sé qué decir en estas situaciones porque nada de lo que digas mejora el silencio ni reconforta. Él me enseñó, junto a otros como Rafael Moyano al que también le estaré eternamente agradecido, a escribir. De la unión Pacovich-Moyano salió este lodo que ahora es abajofirmante y eso no se olvida. Jamás. Tengo a mucha gente a la que darle las gracias y una de ellas el 1 de octubre no estará delante de mí para echarme broncas. Gracias, tovarich. El barril está pendiente.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Medio Hombre

Dice un amigo que si no te escuchan una vez, no lo harán nunca. Sin embargo, me voy a permitir el lujo de desoír su consejo para volver a dedicar esta página al que para mí es el más grande marino de guerra español -y que me perdonen Churruca, Bazán, Barceló o Elcano-: Blas de Lezo. Que, por si alguien quiere seguir deshilachando España con historias inventadas y unicornios galopantes, recordaré que era vasco.

La historia de Lezo se puede resumir en que sin pierna (perdida en la batalla de Vélez-Málaga), sin ojo (reventado en la defensa de Tolón) y sin brazo (sin él desde el asedio a Barcelona) sí tuvo cojones para defender Cartagena de Indias -y vencer- ante la flota de barcos más grande que había visto la Historia. Si España fuese Estados Unidos, ingenuo de mí, tendríamos nuestro Russell Crowe en Master&Commander; pero somos el país donde la envidia es deporte nacional desde que las mujeres dan a luz. Por ello, aquí lo que toca es ración de polvo y olvido.

Les cuento esto porque de vez en cuando uno se lleva una alegría. Desde el miércoles 18 de septiembre y hasta el 13 de enero el Museo Naval ha abierto una exposición sobre su vida. Y sin necesitar aniversarios redondos y pastelosos de por medio. Vayan, está en el centro de Madrid, al lado de la Plaza de la Lealtad, semi-abandonada por políticas buenrollistas de no recordar nada que tenga que ver con armas. Si van pueden comprobar por qué España tiene ese puntito canalla y, a la vez, entrañable. En este pequeño trozo de península siempre ha existido gente, como Lezo, con sentido del deber, con el carácter necesario para ciscarse en la madre de sus enemigos, y también en la de sus compatriotas.

Como decía, pienso que los españoles podemos salvarnos de nosotros mismos. Nos sigue emocionando un texto, seguimos sonriendo con una historia y sigue habiendo gente que lucha contra el analfabetismo histórico. Es el caso del Museo Naval, cuya promoción por parte de la Administración es mediocre pero que luchan con lo que tienen: su patrimonio. No es el más grande del mundo, pero desde luego es el que guarda los mayores secretos de la navegación mundial. El Museo del país que circunnavegó el mundo (junto con Magallanes; sí) por primera vez, el que descubrió América, el que triunfó y fracasó en todos los mares o dicho más poético usando el himno naval: el país que conoció "en Lepanto la victoria y la muerte en Trafalgar". Para bien o para mal ese lugar es el portavoz de una Historia, la de la España que fuimos, somos y seremos, forjada en el mar.

Por eso les recomiendo acercarse. Por ello les emplazo a leer la nota que Lezo le hizo llegar a Vernon tras humillarlo: "Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor porque ésta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres. Lo cual les hubiera sido mejor que emprender una conquista que no pueden conseguir". Lo escribió con la mano que le quedaba entera y España, desagradecida, lo olvidó y deja pudrir en un lugar desconocido de Colombia.

lunes, 3 de junio de 2013

21

Es un tío alto, y de Él diría que la tele, al contrario de con el resto de mortales, le adelgaza. Una voz aflautada que desde el verano de 2000 vive en La Coruña. Yo me enteré de su fichaje en Valencia, donde estaba de campamento de verano mientras descubría juegos como la botella -nunca fue tan humillante que una chica no te quisiese besar- y probé, por primera vez, a la rubia más fiel: la cerveza. Tenía 14 años y mi equipo acababa de ganar la Liga. Poco más de una década después, Valerón se va y mi equipo acaba de bajar a Segunda.

En estos 13 años finalicé el colegio, tuve mis desamores, empecé y terminé una carrera y, ahora, unicornios mediante, trabajo. Se resume muy rápido, pero cuando oyes que Él decide que se acaba, cuando llorando recuerda que el reloj avanza para todos -incluido para Él que lo reta con detenerlo cada vez que controla un balón- te das cuenta de que han pasado muchas cosas y Valerón siempre era el '21' de tu Depor. ¡Pero si hasta lo era cuando perdí la virginidad! Y visto el resultado de aquella noche no me hubiese venido mal una asistencia mágica, que del gol ya me encargaba yo.

Un hombre que se va ovacionado de todos los campos en los que juega sin haber necesitado marcar un gol en la final de un Mundial debería generar suspicacias. Algo trama, piensas, si lo único que traza son sonrisas y pases invisibles. Incluso cuando le partieron la pierna fue asquerosamente perfecto, educado y bondadoso. De esa gente que te hace ver que tú no lo eres pero que te hace recuperar la confianza en que los futbolistas pueden ser algo más.

Con Valerón no sólo se va el amor más duradero que he tenido nunca, sino que se marcha siendo el futbolista español más talentoso que he visto y que sobrevivió con una forma de jugar al fútbol (o quizá, gracias a ella) que, en sus años, no era comprendida ni valorada si tu pasaporte era español, pero que ahora parece que lo inventamos en 2008.

Don Juan Carlos es, para la afición del Depor, un gallego más. Daba igual donde nació, es patrimonio del club y el club es coto privado de Valerón. Porque sólo Él se dejó su clase y su rodilla en Riazor tantas veces como hiciera falta, como si no existiese final a su toque. A veces necesitaba regatear tres veces al mismo tipo. Su velocidad nunca destacó y al que dejaba atrás volvía a encontrárselo cinco metros más allá. "¿Tú otra vez?", y con parsimonia, como quien coge el azúcar del armario, volvía a dejarle sin balón y sin orgullo. Entonces hacía 'clic' y sin apenas despegar la bota (negra, siempre negra; como Dios manda) del suelo ponía un balón inimaginable que sólo necesitaba un toque más, a la red.

Un compañero del periódico siempre dice que el gol es feo y sucio, como el orgasmo -tan necesario pero tan sórdido-, y que lo bonito en fútbol es lo inmediatamente anterior al gol. Y ese no-lugar no es que lo habite Valerón, es que lo creó y decoró a su medida: maravilloso, sonriente, ilusionante y cargado de misterio con el "¡ooooh!" de la grada. Tan raro es verle enfadado como fallar un pase, y aún con esas, no pudo evitar que volvamos a Segunda.

El Deportivo seguirá, pero la gente no se va hasta que no se la olvida, por lo que Valerón nunca abandonará Riazor. En cualquier momento se puede dar el espejismo de verle haciendo su vuelta sobre sí mismo, y si se entornan bien los ojos, se intuirá cómo remata Makaay y se abrazan a Mauro Silva y a Fran. Mi equipo tenía dos grandes activos consonantes: Valerón y la afición. Ahora serán todo uno, porque Él se convierte en aficionado. Nos llevará en el corazón, dijo en su despedida; nosotros no podemos decir lo mismo porque ya nos lo robó 'El Flaco'. Así que, don Juan Carlos, simplemente una última cosa: Gracias.

martes, 21 de mayo de 2013

Valientes anónimos


Parto de la base de que no soy objetivo. Crecí en un ambiente militar: mi padre, mi colegio...todo era marcial a mi alrededor y sólo había dos caminos: hacerte pacifista por rebeldía o acabar comprendiendo y queriendo a esa institución. De hecho, sobrepasé los límites y me convertí en un friki de las historias militares. Sus batallas, sus gentes, sobre todo ese soldado de infantería anónimo arrojado y olvidado a su suerte y a la de su puntería. Por eso siempre he creído que decir, en medio de una charla sobre batallas, "le echaron un par de huevos" es la argumentación definitiva irrebatible y ganadora por KO, superior a algo más aséptico como "la táctica de pinza de marisco que desarrolló en su tienda el general Pachín fue magnífica".

Unos con los que suelo usar esa afirmación es con los infantes de la División Azul, últimamente atacada por una conmemoración a sus miembros. Quieren despojar de valor el hecho de que cuatro gatos -y eso contando mucho- parasen el avance de un ejército soviético que otra cosa no, pero hombres tenía para recuperar Stalingrado dos veces más. De leer sobre batallas, y si te abstraes del lenguaje grandilocuente sobre Rey, Patria, Dios que nos venden, caes en la cuenta de que cuando empezaban a caer cebollazos o a verse picas sajando brazos, el currito que pone los pies en ese campo no lo hace por ideales, sino por él mismo y por el de su lado; no se vaya a quedar sin compañía para emborracharse esa noche y ciscarse en su general.

Todo eso lo hizo la División Azul cuando la URSS los sorprendió en Krasny Bor. Aguantar casi sin munición, sin apoyo aéreo y con un par de pelotas que, los españoles, hayamos defendido lo que hayamos defendido, hemos puesto muchas veces sobre el tapete como única apuesta. Y, a veces, ganaban la partida. París, Rocroi, Moscú, Krasny Bor, Cartagena de Indias, Madrid, Lepanto, Trafalgar a cuentagotas, Orán... son testigos; y no siempre la causa resultó ser la más noble o democrática o alianzadora de civilizaciones que se pueda desear desde la óptica ventajista del paso del tiempo.

Me enfadó -y me enfada- la incultura u odios internos de quien no sabe ver, y valorar, lo que hacen unos hombres a miles de kilómetros de su casa cuando la muerte te llama al timbre para que bajes a jugar y a ti no te apetece. Me da igual que defendiesen la causa de un dictador asesino como Hitler, en ese momento defendían la causa de Fulano de Tal y Mengano de Cual, de Cuenca y Toledo, respectivamente, una causa que no era más que salir de ahí vivos. Los mil años del Tercer Reich les importaba, literalmente, una mierda.

Los hay que lo consiguieron y punto. La valoración histórica de la Alemania nazi a ellos, y al que se acerca a las batallas para conocerlas y no para juzgarlas, les interesa menos que la supervivencia del calamar sin tentáculos del Mar Egeo. Lo que más miedo me da no es que nadie estudie ni valore como se merece ciertos episodios como este -una causa perdida-, sino la manipulación burda de los dos bandos que no se han enterado de que en España no hay guerra desde hace un porrón de años. También es causa perdida que en España conmemoremos algo que tenga que ver con el siglo XX sin caer en estupideces maniqueas, así que no queda otra que intentar hacer lo mismo que esos valientes españoles que han recorrido el mundo, el que existía y el que descubrieron, abandonados de su Rey, de su Patria y de su causa: encoger los hombros e intentar salir airoso, una vez más.

Por cierto, ayer (20 de mayo) se cumplieron 272 años desde que Vernon tuvo que huir, humillado por un tío sin brazo, sin pierna y sin ojo, de Cartagena de Indias. Tampoco se conmemorará, no está bien visto, en pleno siglo XXI, alabar acciones donde muere gente y se gritaban cosas malsonante a los ingleses como "hereje, cabrón. Ven aquí para que te mande con tu Dios". Facha, que soy un facha.

lunes, 13 de mayo de 2013

Equipos de un solo polvo


A mí, el fútbol se me parece al amor en que esperas mucho de algo (o alguien) para darte cuenta, al final, de que ella (o el equipo) no saben ni que existes. "María es mi novia, pero ella aún no lo sabe" ha sido mi frase de cabecera durante mi infancia, y ahora creo que podría usar algo similar para definir mi relación con el Deportivo de La Coruña. "Soy del Depor, pero ellos no lo saben".

Ojo, no soy el único. Al menos somos otros 5.000 ilusos -por tener ilusiones- que viajamos a Valladolid el sábado. Aunque lo mío tiene truco, viviendo en Madrid es un paseo comparado con el viaje desde Coruña. Lo cierto es que fue un desplazamiento de creer sin ver, de detalles de enamorado pobre como sí se puede o ser de los que ganan es muy fácil. Nos dimos a la bebida como forma de olvidar que el descenso nos espera a la vuelta de la esquina, como la novia -los que tengan la suerte de tenerla- o una madre que aguarda en el recibidor de casa cuando llegas haciendo eses perfectas.

Escribí no hace mucho que el Depor se había salvado de él mismo, sobre todo ese metafútbol de perder con honra y gaitas varias que Fernando Vázquez implantó. Parece que me leyeron -perdonen la optimista presunción- y dieron por bueno y definitivo mi escrito. Desde entonces se acabó luchar con la resignación de quien lo tiene todo perdido y piensa, al menos, en llevarse puesto lo que pueda. Miras a los jugadores, echas un ojo al banquillo y parece que el único que tiene ganas de correr, empujar y, en definitiva, morder (que eso es el fútbol primitivo y original) es Vázquez, y hacerlo en traje parece complicado.

Lo que venía a decir es que viajamos a Valladolid unos muchos vestidos de blanco y azul, con el cuerpo lleno de expectativas que, como en aquella maravillosa escena de 500 días juntos, se empecinan en chocarse con una realidad cruel. Cantamos el clásico es la hinchada del Depor que ya llegó, y aunque juraría haber visto el autobús y a 11 tíos idénticos a los jugadores de mi equipo, parece que no llegaron a tiempo a Valladolid. Pocas ocasiones para un equipo que se juega seguir en Primera, mucho miedo -eso sí es más habitual- y una grada que volvió a tener expectativas con dos carreras por la banda y un centro a nadie en particular. Nos conformamos con poco, así somos.

Lo peor es que nosotros, esos que somos aficionados del Depor aunque ellos no lo sepan todavía, somos unos calzonazos. Acabado el partido aplaudimos, cantamos y nos creímos amados, tragándonos el cuento del cliché de amor-suicida de que quien bien te quiere te hará llorar, cuando se acercaron a aplaudirnos y a pedir perdón. Ese gesto, como una sonrisa despistada de la chica que te pierde, es suficiente para saber que llenaremos Riazor el domingo ante el Espanyol, viajaremos a Málaga y mancharemos Coruña de optimismo el último partido. Por alguna chica he llegado a decir que recorrería el Asia musulmán a la pata coja y vestido de jamón si me lo pidiese con una sonrisa. Aunque nos pongan los cuernos y bajen a Segunda, renovaremos el abono y viajaremos a Alcoy, Córdoba o donde sea menester. Sólo por esa sonrisa, por ese aplauso y esas manos pidiendo perdón de Valerón, que merece un quiosco en la Gran Vía.

Porque en el mundo del fútbol nunca te irás con otro. Y como gallegos, miraremos la clasificación, luego al compañero de tu izquierda que tiene a la Adriana Lima del fútbol como equipo de cabecera y encogerás los hombros para añadir en tus adentros con una mueca de resignación mientras notas su cara de superioridad clavada en ti: "A tu equipo lo quieren para una sola noche".

lunes, 8 de abril de 2013

Salvados


Fernando Vázquez llegó a un equipo cansado que había aceptado, antes de tiempo, que ya era equipo de Segunda, otra vez. Muchos lo creíamos así, sobre todo viendo el esperpento que once blanquiazules daban durante 90 minutos cada semana y que nos tragábamos como aquel vecino que te dice que odia Gran Hermano pero, aún así, lo ve por curiosidad. Esos son los peores.

Yo lo veía como los gallegos de mi aldea. Con el insulto ya preparado en la boca hacia los míos pero sin que se te termine de ir de la cabeza que quién sabe, cosas más raras se han visto y en peores plazas hemos toreado. El Depor no está salvado, es obvio, pero sí nos hemos salvado de irnos al pozo como unos meapilas con botas. Toca zafarrancho, la heroica o los cojones y un entrenador gallego con más pinta de intelectual que Lillo y Guardiola juntos -para algo es filólogo germánico- los ha puesto a disposición del respetable.

Siempre he pensado que el sermón de que la afición del Atleti es la mejor de España es una de esas mentiras mil veces repetida. Postureo futbolístico con el que sobrevivir a una conversación sobre esto de dar patadas a un balón, como decir que Woody Allen es un artista del cine o que un grupo cualquiera español con nombre inglés y camisas de cuadros sorprendentemente grandes son lo más. Riazor, su gente, es como ese Clint Eastwood denostado como actor, que se empeña en llevar la contraria a la gente con una historia de amor pocas veces -o nunca- vistas. Llena el entrenamiento, llena el estadio, llena el aeropuerto y vacía su garganta. Llena de esa palabra/conjuro: maloserá. Y se ha conseguido, nos hemos salvados.

Al menos, de nosotros mismos; que de eso se trata. Teníamos cara de soplones de la mafia que saben que van a morir y ahora somos como el Al Capone de De Niro en Los Intocables y su "el combate no acaba hasta que no suena la campana". Llevamos tres puñetazos seguidos levantando el mentón y diciendo que qué carallo, que somos el Depor.

El que busca filosofar con el fútbol se equivoca. No es más que algo trivial, lo más importante de lo no importante quizá, que te alegra o te amarga porque, independientemente de si eres catedrático de Harvard, vuelves a la irracionalidad de tu infancia durante 90 minutos. Al grito, al insulto fácil sobre el rival, a la risa, al ingenio en algunos casos, a la desesperación y, a uno como a mí que le toca verlo desde Madrid, a ese recuerdo tan lejano que era hablarle a la pantalla de la televisión esperando una respuesta que no llegaba.

Mientras nos vayamos a Segunda así, benditos seamos. Será una excusa para tomar esa copa de whisky de más que por educación te empeñas en rechazar entre diario. No sé lo que pasará, aunque yo sólo espero seguir viendo las carreritas de Vázquez por la banda, con esa cara de vende bíblias, señal de que nos van bien las cosas así en Primera como en Segunda. Amén.