De tanto crear días históricos en
el calendario se va a conseguir que lo excepcional sea salir a la calle a comprar el pan. El verdadero iconoclasta catalán no es el que recorta y pincha
un lazo amarillo en la solapa, sino el que se atreve a hablar del tiempo en el
ascensor.
Para cada momento épico del procés existe un suspiro de tedio y una
analogía con Bill Murray y su marmota. Es lógico. Si los nacionalistas no quieren
ser originales en su devenir no veo razón para que los cronistas sí lo tengan que ser. Lo
ridículo es, precisamente, creer que una acción repetida 100 veces produce 100 consecuencias distintas.
No recuerdo el final de Atrapado en el tiempo y desconozco el
desenlace de Puigdemont y los chicos
tristes, aunque lo bueno de las comedias, ya sean fantásticas o
norteamericanas, es que son previsibles: todas terminan con la marmota en su
agujero. Si Puigdemont fuese documental de La 2,
su cortejo sería el más anodino, largo e inocuo de todo el reino animal. Un ni
contigo ni sin ti tan coñazo que más que en hecho diferencial le emparienta con un paisano de Guitiriz.
La ilusión de novedad diaria en
la que viven los estelados es, en el
fondo, un absurdo bucle que aguantamos más cansados que enfadados los que, sin
luz de gas que nos nuble, vemos que se trata del mismo maldito día. Vivimos la
eternidad engolada nacionalista con la misma desgana que Bill Murray anuncia el
fin del invierno una y otra vez; con el automatismo que emplea ese
leridano que mira el techo del ascensor para decirle al vecino que parece que va
a llover.
Sin contar al propio Bill Murray,
el otro damnificado de que todos los días sean el mismo es la marmota. Phil
-así se llama el animal- tiene sus costumbres. En este caso condición obliga y
su mayor preocupación es dormir, que es una de las más felices rutinas que se
puede tener. La marmota soporta que la despierten un día para hacer el
paripé de momento histórico, pero acaba hasta las narices si cada mañana la
arrastran fuera de su casa, la manosean por las patas y la enseñan como si
fuese Simba en El Rey León.
Soñará con los días en que salía
de su cueva no para manifestarse en favor de las marmotas encarceladas por el simple hecho
de ser marmotas -las pobres-, sino para comprar el pan. El anhelo de lo
cotidiano es la revuelta de la gente corriente.