miércoles, 22 de junio de 2016

Que si quiero o que si tengo

Hay preguntas que no buscan respuesta. Incluso preguntas que no lo son en absoluto. Por el contrario, hay veces que una pregunta puede ser cualquier cosa, también un aspirante a presidente del Gobierno. 

Pedro Sánchez es candidato por descuido, por lo que no es extraño que quisiera llegar a presidente por el mismo método. Se autoconvenció recordando que el mundo es de los valientes; y sí, pero los valientes saben contar. Pedro echa la culpa de la repetición de elecciones a Pablo Iglesias y a Mariano Rajoy cuando lo que le apetecería es poder echársela a la aritmética.

Sánchez es una pregunta en sí mismo y con ellas llena sus intervenciones. ¿Quién no quiso un Gobierno del cambio?, ¿por qué no soy presidente?, ¿De Gea o Casillas?... Da igual lo que vaya entre interrogantes mientras lo que esté en duda no sea él, algo que sospecha puede suceder en cuanto deje de hablar. Por eso Pedro Sánchez usa preguntas que no lo son, que en realidad son automatismos de defensa, comodines que empleamos para hacernos los despistados cuando más que no entender, lo que querríamos es no haber oído. Es en ese ¿qué? instantáneo que sale de tu boca cuando alguien te incomoda donde están encerradas todas las huidas hacia delante del mundo.

Si la condición de candidato del PSOE tenía sus ventajas en el 86, hoy sólo sirve para luchar por no alcanzar el cargo de ex secretario general demasiado pronto o llegar a él con cierta dignidad. En política, a diferencia de la música, los cadáveres jóvenes no lucen bien y la sonrisa de Pedro puede que funcione, pero no con la Susana que le interesa. Sánchez vive la política como los amores de juventud. Quieres a quien no te ama y te quiere aquel que desprecias.

El aspirante ha aceptado que, a veces, huir es la mejor opción. Sin saber cómo lo va a hacer, sí sabe que su refugio se llama Moncloa. Para lograrlo sólo tiene que volver a plantarse ante el Rey y cuando éste le encomiende –si lo hace– formar Gobierno, aceptar la tarea e irse. El momento donde se sabrá si será presidente no será el Congreso, sino justo antes de salir del despacho real, cuando ya tenga agarrado el pomo de la puerta. Felipe le preguntará, como si fuese un detalle irrelevante, si tiene apoyos. Entonces Pedro, sin soltar la puerta y con un giro de cabeza distraído, preguntará lo que no será en absoluto una pregunta. ¿Que si quiero o que si tengo, Majestad? 


  

jueves, 16 de junio de 2016

En funciones

Mariano Rajoy es de esas poquísimas personas a las que le queda mejor una locución adjetiva que un traje. Cómo lo consigue no lo sabremos; y mejor, conocerlo sólo nos llevaría a estropearlo.

Existen ocasiones así, momentos en los que alguien crea algo único, quién sabe si maravilloso, y nos molesta explicándonos el camino, empeñados en robarnos lo único que queda, una pregunta sin respuesta. De Tyson uno no espera que le cuente cómo analizó a su adversario para derribarlo, sólo queremos escuchar que él estaba ahí, le vio enfrente y no le quedó más remedio que tumbarlo de una hostia.

Rajoy no tumbará a nadie mientras no narre el Tour, pero tampoco contará de más. Ni de menos, donde se siente más cómodo. Él es sus funciones, lo que preceda a esa realidad le da lo mismo. Tocó acompañarlo de presidente del Gobierno como pudo ser registrador o periodista. Hemingway daba las gracias cuando le llamaban borracho con la misma soltura que lo hace Rajoy cuando intentan estamparle el «en funciones» como insulto. Pocas cosas hay mejores que sentirse cómodo donde los demás ven descrédito, es el arte de no irte sin haber terminado de llegar.

El otro día, en el debate, lo volvimos a ver. Se esforzó tanto por cumplir sus funciones que no pasó nada. Lo cual es el máximo al que puede aspirar un presidente en funciones: misión cumplida y un día menos para el verano. Para Rajoy hablar es una obligación como puede serlo ser mesa electoral, y si el tema es la corrupción lo lleva peor. Mientras parpadea nervioso y lanza «¡inquisidores!» pensará que si para Iglesias Venezuela es un tema que ya cansa por viejo, Bárcenas debe ser del tiempo del cine mudo.

Pero en las funciones está la penitencia, y de entre los cuatro candidatos nadie la lleva como él. Sánchez no sabe que es ya todo un ex secretario general del PSOE, Iglesias se cree el Mesías sin apellidos léxicos y Rivera duda de si sus funciones servirán para no volver el próximo invierno a las urnas.

El próximo día que Mariano Rajoy pise un campo de alcachofas alguien le mirará y gritará «¡pero si es un presidente en funciones!». Y como Belmonte a Valle-Inclán cuando casi le exigió morir en la plaza como Manolete, se girará hacia él y con una sonrisa flemática sólo le dirá que se hará lo que se pueda.