Hay preguntas que no buscan respuesta. Incluso preguntas que
no lo son en absoluto. Por el contrario, hay veces que una pregunta puede ser
cualquier cosa, también un aspirante a presidente del Gobierno.
Pedro Sánchez es candidato por descuido, por lo que no es extraño
que quisiera llegar a presidente por el mismo método. Se autoconvenció
recordando que el mundo es de los valientes; y sí, pero los valientes saben
contar. Pedro echa la culpa de la repetición de elecciones a Pablo Iglesias y a
Mariano Rajoy cuando lo que le apetecería es poder echársela a la aritmética.
Sánchez es una pregunta en sí mismo y con ellas llena sus intervenciones.
¿Quién no quiso un Gobierno del cambio?, ¿por qué no soy presidente?, ¿De Gea o
Casillas?... Da igual lo que vaya entre interrogantes mientras lo que esté en
duda no sea él, algo que sospecha puede suceder en cuanto deje de hablar. Por
eso Pedro Sánchez usa preguntas que no lo son, que en realidad son automatismos
de defensa, comodines que empleamos para hacernos los despistados cuando más
que no entender, lo que querríamos es no haber oído. Es en ese ¿qué? instantáneo
que sale de tu boca cuando alguien te incomoda donde están encerradas todas las
huidas hacia delante del mundo.
Si la condición de candidato del PSOE tenía sus ventajas en
el 86, hoy sólo sirve para luchar por no alcanzar el cargo de ex secretario
general demasiado pronto o llegar a él con cierta dignidad. En política, a
diferencia de la música, los cadáveres jóvenes no lucen bien y la sonrisa de
Pedro puede que funcione, pero no con la Susana que le interesa. Sánchez vive
la política como los amores de juventud. Quieres a quien no te ama y te quiere aquel
que desprecias.
El aspirante ha aceptado que, a veces, huir es la mejor opción.
Sin saber cómo lo va a hacer, sí sabe que su refugio se llama Moncloa. Para lograrlo
sólo tiene que volver a plantarse ante el Rey y cuando éste le encomiende –si lo
hace– formar Gobierno, aceptar la tarea e irse. El momento donde se sabrá si
será presidente no será el Congreso, sino justo antes de salir del despacho
real, cuando ya tenga agarrado el pomo de la puerta. Felipe le preguntará, como
si fuese un detalle irrelevante, si tiene apoyos. Entonces Pedro, sin soltar la
puerta y con un giro de cabeza distraído, preguntará lo que no será en absoluto
una pregunta. ¿Que si quiero o que si tengo, Majestad?