jueves, 8 de septiembre de 2016

Yo, abajofirmante

Lo mejor para no tener que hacer frente a ninguna obligación es no crecer. Un plan perfecto hasta que la experiencia va y demuestra que eso es imposible. Por suerte, una solución no tiene por qué ser realizable, del mismo modo que un bebé no siempre es riquiño pero sigue siendo un bebé.

Las obligaciones son tan aburridas y difíciles de evitar como una comida familiar, y está bien que así sea. Lo literario, lo que vende, es la rebeldía; nadie imagina al Código Penal como número 1 en ventas y sin embargo, estamos comprometidos a cumplir lo que en él aparece. El Estado de derecho es el hermano pequeño que tus padres te endosan en vacaciones: te corta el rollo porque se chiva y luego pagas, pero no queda sino aceptarlo y cargar con él.

Arnaldo Otegi, entre otras muchas cosas, es un pésimo hermano mayor. No es una novedad y su derecho al pataleo es entendible y uno, qué se le va a hacer, sonríe al verle en la televisión refunfuñando. A los que me cuesta entender es a esa nueva tribu urbana que habita entre platós de televisión, plazas de barrio y «espacios intelectuales». Son los abajofirmantes.

Demostrado como está por la ciencia que no crecer es imposible, la solución de su laboratorio de superioridad moral para no tener que cumplir obligaciones es la de firmar manifiestos. Una sentencia judicial, por ejemplo, la firma un único juez; pero estos textos vienen rubricados por un número de personalidades no menor de 50. El razonamiento cuantitativo les da la razón, ¿cómo va a tener razón una única persona frente a tantos? No sé para qué hay jueces pudiendo opositar al cuerpo de abajofirmantes o a tuitero estrella.

La moral incólume que se autoarroga esta tribu es su único código, superior a cualquier tribunal, a cualquier código redactado y aprobado. Ven en la inhabilitación de Otegi una alteración impropia de una democracia occidental cuando, en realidad, no es más que la representación más funcionarial posible de la normalidad. Es simple, para resumir: las sentencias judiciales hay que cumplirlas. Suena aburrido, lo sé. Y menos mal.