lunes, 16 de agosto de 2010

Mejor callarse y parecer tonto

Nunca he sido muy de refranes, incluso tuve una novia refranera la cual, por picarme, no hacía más que soltar uno detrás de otro, pero hay que reconocerle a los españoles antiguos -porque en algún punto habrá que situar el nacimiento del refrán- que lo clavaban con un porcentaje acierto-error muy favorable.
Resulta que Jesús Mosterín, un filósofo loco de la lógica y profesor del Instituto de Filosofía del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) es, además, un conocedor del toro de lidia, bravo, español o como se le quiera llamar. Estudiar en Alemania y en Estados Unidos, además de en España, le ha otorgado al caballero racional una sabiduría honda y extensa del comportamiento de ese animal y afirma, con la misma tranquilidad que quien dicta una verdad absoluta como que Las Vegas es el paraíso de lo hortera, que el toro, como rumiante, es proclive a la huida y, además, pacífico. Pero no se queda aquí, si no que considera, con lógica aplastante -aunque algunos veamos retórica burda y barata-, que la actitud del matador (si, eso de colocarse a centímetros de un bicho de más de 500 kilos) no es valiente; que, cito textual, “el riesgo del torero es mínimo”. Añade, no crean que termina aquí la comparsa filosófica, que lo de acercarse muy mucho al toro es un truco de magia para que el bicho no le vea, con raciocinio y empirismo demuestra, Mosterín, que el toro es como el tiranosaurus de Jurassic Park. Y como colofón, da al animal la capacidad -imagino que adquirida por las tardes en la dehesa junto a sus otros congéneres bovinos en tertulias de debate acerca de Ortega y sus circunstancias- de interpretar la actitud del torero de arrodillarse ante él (lo que se viene a llamar desplante) como que se rinde y, por ello, no le ataca.
Jesús Mosterín, presidente honorífico de eso del Gran Simio, que es algo así como el Ministerio de Igualdad traducido a los monos, ya tiene una propuesta sobre la mesa para que, haciendo gala de esa lógica, esa coherencia, esa racionalidad y ese discurso objetivo que aprendió en las más prestigiosas escuelas del mundo, verifique in situ su teoría. Le han puesto a disposición una ganadería, una finca al aire libre sin “tensiones ni estrés” para el señor animal (me refiero al toro de lidia), y a partir de ahí, a comprobar se ha dicho.
Ahora hagan un ejercicio de imaginación, vean a don Jesús entrando en la dehesa de los toros pacifistas (imagino que lo de pacíficos lo dirá porque comen amapolas y las flores y los hippies siempre han ido muy unidos) pensando que lo de ponerse bravucón delante de una vaca macho es una tontería como la copa de un pino y andando alegremente mientras rumia -él en su cabeza, no vayan a creer- si de verdad Dostoievski influenció sobremanera a Nietzche, o si es una invención para quitarle mérito al asesino de Dios. Y de estas, absorto en sus pensamientos, que se ve ante un animal negro como el carbón de 510 kilos, bufando con gran estruendo y con dos cuernos que si no tienen el cartel de “Dangerous. Peligro” deberían tenerlo, y estoy convencido que la cara de Jesús no movería ninguna línea de expresión, la misma actitud que si una mosca se posara en sus rodillas. O incluso, dando el beneficio de la duda de que a lo mejor, y sólo a lo mejor, al toro le dé por arrancarse contra él (ya saben, el morlaco puede retrotraerse a sus instintos primitivos y pensar que le están usurpando el territorio) veo al señor profesor del CSIC arrodillándose ante él, elevando el mentón a la vez que levanta los brazos y los desplaza hacia su espalda sacando el pecho hacia el torito en gesto inequívoco de rendición incondicional. Es seguro, si no lo era ya, que el toro frenará, dará media vuelta y se irá por donde vino. Incluso si entra en el campo ganadero durante toda una semana seguida es posible que el toro acabe atendiendo a las órdenes ¡sit!, ¡plas! y el recurrente ¡la patita!, atendiendo al método de Ivan Pavlov (perros y toros al fin y al cabo son animales mamíferos de cuatro patas).
Al que firma estas líneas, mucho menos lógico que el señor Jesús Mosterín, no se le ocurriría en la puta vida ponerse delante de un toro bravo porque mis pajas mentales no contemplan el considerar a ese animal como un manso. Y me da a mí en la perilla que don Jesús saldría escaldado de su encuentro con ese armario empotrado de color negro azabache. Aunque lo que de verdad me da a mí es que Mosterín habla mucho y, en este caso, mal. Estar en contra de las corridas de toros sea por las razones que sea lo puedo entender, pero engendrar las patrañas que suelta sólo cabe en la cabeza de un tío que no desconoce todo de este mundo.
Se ha pasado tanto de frenada en su panfleto antitaurino sin fundamento (esto le debería doler a un tipo que se dice filósofo) que está en medio del cruce con el semáforo en rojo y viniendo de frente hacia él, precisamente, un astado bravo. De los que atacan, como su bravo nombre indica, porque está en su naturaleza. Ya puedes ponerte de rodillas, sí, que no se va a detener. Luchar por unas ideas está muy bien, pero el tufo de querer vender una porquería de teoría con el único aval del nombre del firmante es demencial incluso para los filósofos. Si ya lo dice el refrán, es mejor callarse y parecer tonto que abrir la boca y demostrarlo.

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