domingo, 22 de agosto de 2010

¿Leales a qué?

Es acojonante la facilidad que se gasta este país para que esbirros, cantamañanas, charlatanes profesiones e idiotas contumaces se alcen en aras de la verdad absoluta -su verdad absoluta- y muestren al mundo su completa ignorancia y ausencia de vocabulario.
Esta semana se ha hablado de “deslealtad” para con España (José Blanco dixit) y de “ardor guerrero” (esta, de De la Vega) por el pique que se han cogido debido a que sus opositores se han dignado a aparecer por Melilla. Estoy convencido de que las visitas tanto de González Pons como de José María Aznar a una de las plazas africanas de España tiene como base el aprovechamiento electoral -ningún acto político es gratuito- y para metérsela doblada a Zapatero y sus chicos; pero eso no quita para que, de rebote, hayan acertado. Nunca he estado en Melilla ni en Ceuta, pero la situación no debe ser fácil. Convivir diariamente con los que creen en la intimidación, la fuerza, y la lucha para recuperar lo que “históricamente” les pertenece no es sencillo. La campaña -pagada con fondos oficiales- marroquí no es nueva, y las gotas que poco a poco llenan el vaso son incesantes. Claro que para algunos, los que viven en los mundos de Yupi, ven Bambi, creen que somos ciudadanos del mundo y abrazan civilizaciones radicales, el vaso debe ser más grande que el propio continente africano, de otra forma no se entiende que se recuerde que Aznar “jugó a soldaditos” en Perejil o que se acuse de deslealtad a España por visitar... España. Para darle de comer a parte está la señora vicepresidenta, que no sé qué tendrá contra el ardor guerrero (primeras dos palabras del Himno de Infantería) ni qué disfunción le lleva a considerar un paseo por Melilla un acto marcial.
Sin embargo, estoy en parte de acuerdo con Pepe Blanco, lo de los populares ha sido desleal. Pero yerra con quién. Ha sido desleal con el Gobierno (de España, sí), pero es que haber sido leal a los chicos tranquilos habría significado no hacer ni decir nada, estar de vacaciones, negar cualquier tensión con Marruecos, no preocuparse y dejar, como casi siempre hace este Gobierno, que amaine el temporal solito. Mariano Rajoy, siempre tan dispuesto a no hacer nada y dejar que la caguen los del sillón azul mientras se mantiene inmóvil, ha parecido un ministro de Zapatero más estos días. Y hala, otra colleja de Aznar a su heredero al visitar la ciudad. Sucesor elegido, qué gracioso, por él mismo con el siempre democrático sistema del dedo. Rencor hacia Zapatero al planear la visita, seguro; recadito con mala baba para su líder por no moverse de las playas gallegas, por supuesto.
Por lo que se enfadan los socialistas es por haber estado faltos de reflejos, o por ver cómo el PP les jode su política diplomática con Marruecos que consiste, como con todos los países, en mirar al suelo y decir a todo que sí. Y si por salvar la situación diplomática con quien no nos quiere ni en pintura hay que dejar que se maltrate, insulte y abochorne a todo un país (porque que suceda eso en la frontera es un atentado contra esas chicas, pero una afrenta para todos los que tengan decencia) es ser precisamente, desleal a España. No quiero ni imaginarme lo que hubiese sucedido en Perejil con estos pacifistas en el poder. Para defender lo que es tuyo hace falta, precisamente, ardor guerrero -en el sentido que se quiera- y no sacar tarjeta roja al maltratador que vive en Usera y dejar seguir la jugada cuando lo hacen los marroquíes. Es una cuestión de lealtades, sí. Hacia lo políticamente correcto o hacia un territorio que, se supone, debe protegerlo el Estado. Si gana lo políticamente correcto, otra vez, estaremos abocados a cambio de que nos sonrían y nos den golpecitos en la espalda en las reuniones internacionales a perder la más mínima decencia. Yo no estoy dispuesto.

lunes, 16 de agosto de 2010

Mejor callarse y parecer tonto

Nunca he sido muy de refranes, incluso tuve una novia refranera la cual, por picarme, no hacía más que soltar uno detrás de otro, pero hay que reconocerle a los españoles antiguos -porque en algún punto habrá que situar el nacimiento del refrán- que lo clavaban con un porcentaje acierto-error muy favorable.
Resulta que Jesús Mosterín, un filósofo loco de la lógica y profesor del Instituto de Filosofía del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) es, además, un conocedor del toro de lidia, bravo, español o como se le quiera llamar. Estudiar en Alemania y en Estados Unidos, además de en España, le ha otorgado al caballero racional una sabiduría honda y extensa del comportamiento de ese animal y afirma, con la misma tranquilidad que quien dicta una verdad absoluta como que Las Vegas es el paraíso de lo hortera, que el toro, como rumiante, es proclive a la huida y, además, pacífico. Pero no se queda aquí, si no que considera, con lógica aplastante -aunque algunos veamos retórica burda y barata-, que la actitud del matador (si, eso de colocarse a centímetros de un bicho de más de 500 kilos) no es valiente; que, cito textual, “el riesgo del torero es mínimo”. Añade, no crean que termina aquí la comparsa filosófica, que lo de acercarse muy mucho al toro es un truco de magia para que el bicho no le vea, con raciocinio y empirismo demuestra, Mosterín, que el toro es como el tiranosaurus de Jurassic Park. Y como colofón, da al animal la capacidad -imagino que adquirida por las tardes en la dehesa junto a sus otros congéneres bovinos en tertulias de debate acerca de Ortega y sus circunstancias- de interpretar la actitud del torero de arrodillarse ante él (lo que se viene a llamar desplante) como que se rinde y, por ello, no le ataca.
Jesús Mosterín, presidente honorífico de eso del Gran Simio, que es algo así como el Ministerio de Igualdad traducido a los monos, ya tiene una propuesta sobre la mesa para que, haciendo gala de esa lógica, esa coherencia, esa racionalidad y ese discurso objetivo que aprendió en las más prestigiosas escuelas del mundo, verifique in situ su teoría. Le han puesto a disposición una ganadería, una finca al aire libre sin “tensiones ni estrés” para el señor animal (me refiero al toro de lidia), y a partir de ahí, a comprobar se ha dicho.
Ahora hagan un ejercicio de imaginación, vean a don Jesús entrando en la dehesa de los toros pacifistas (imagino que lo de pacíficos lo dirá porque comen amapolas y las flores y los hippies siempre han ido muy unidos) pensando que lo de ponerse bravucón delante de una vaca macho es una tontería como la copa de un pino y andando alegremente mientras rumia -él en su cabeza, no vayan a creer- si de verdad Dostoievski influenció sobremanera a Nietzche, o si es una invención para quitarle mérito al asesino de Dios. Y de estas, absorto en sus pensamientos, que se ve ante un animal negro como el carbón de 510 kilos, bufando con gran estruendo y con dos cuernos que si no tienen el cartel de “Dangerous. Peligro” deberían tenerlo, y estoy convencido que la cara de Jesús no movería ninguna línea de expresión, la misma actitud que si una mosca se posara en sus rodillas. O incluso, dando el beneficio de la duda de que a lo mejor, y sólo a lo mejor, al toro le dé por arrancarse contra él (ya saben, el morlaco puede retrotraerse a sus instintos primitivos y pensar que le están usurpando el territorio) veo al señor profesor del CSIC arrodillándose ante él, elevando el mentón a la vez que levanta los brazos y los desplaza hacia su espalda sacando el pecho hacia el torito en gesto inequívoco de rendición incondicional. Es seguro, si no lo era ya, que el toro frenará, dará media vuelta y se irá por donde vino. Incluso si entra en el campo ganadero durante toda una semana seguida es posible que el toro acabe atendiendo a las órdenes ¡sit!, ¡plas! y el recurrente ¡la patita!, atendiendo al método de Ivan Pavlov (perros y toros al fin y al cabo son animales mamíferos de cuatro patas).
Al que firma estas líneas, mucho menos lógico que el señor Jesús Mosterín, no se le ocurriría en la puta vida ponerse delante de un toro bravo porque mis pajas mentales no contemplan el considerar a ese animal como un manso. Y me da a mí en la perilla que don Jesús saldría escaldado de su encuentro con ese armario empotrado de color negro azabache. Aunque lo que de verdad me da a mí es que Mosterín habla mucho y, en este caso, mal. Estar en contra de las corridas de toros sea por las razones que sea lo puedo entender, pero engendrar las patrañas que suelta sólo cabe en la cabeza de un tío que no desconoce todo de este mundo.
Se ha pasado tanto de frenada en su panfleto antitaurino sin fundamento (esto le debería doler a un tipo que se dice filósofo) que está en medio del cruce con el semáforo en rojo y viniendo de frente hacia él, precisamente, un astado bravo. De los que atacan, como su bravo nombre indica, porque está en su naturaleza. Ya puedes ponerte de rodillas, sí, que no se va a detener. Luchar por unas ideas está muy bien, pero el tufo de querer vender una porquería de teoría con el único aval del nombre del firmante es demencial incluso para los filósofos. Si ya lo dice el refrán, es mejor callarse y parecer tonto que abrir la boca y demostrarlo.

domingo, 8 de agosto de 2010

Los agostos de la Villa y Corte

Que el mes de agosto no es el mejor para pasarlo en Madrid es una obviedad. Que la gente que se queja minuto a minuto de esta desgracia es una envidiosa es igual de cierto. Eso si, yo también he deseado que apareciese por arte de birlibirloque un cadalso o algo al uso para ajusticiar al que te dice -¿qué haces mañana?, -pues trabajar, -ah, yo me voy a Burundi a ver lagos... Más sitio para aparcar, piensas, el que no se consuela.
Sin embargo, después de cinco agostos seguidos sin salir de los límites territoriales de Madrid uno aprende a sobrevivir y por si alguno que ha caído en esta página por casualidad está pensando en suicidarse, es mejor que se pare a pensarlo o, al menos, que primero me lea, todo sea por subir un lector más; aunque sea esporádico. Verdad absoluta que la gente en bañador por Madrid, los móviles a todo volumen -no entiendo la razón de que se multipliquen en verano-, los periódicos con noticias de relleno y las parejitas arrejuntadas por las esquinas invitan a pensar que no tiene solución esto del verano en la capital, pero hay planes que sirven para reconciliarse con el género humano. Verbigracia. Estás en agosto tirado en tu casa, te metes en internet y lees las últimas tonterías memoricahistoricaselectiva: fuera estatuas de Melilla. Correr hasta la casa del amigo más próximo y que te invite a una cerveza mientras habláis de la pifia de Fulano que casi la lía, y listo. El mundo se equilibra. Esto vale con todo, ¿que los controladores, esos pobres obreros de sol a sol, se quieren poner en huelga para ganar mucho más de 200.000 euros? Tú, respiras hondo, te coges el bañador y acudes a la piscina que se tenga más a mano y contemplas el panorama. Con suerte y si no sientes a nadie con radiocassete discotequero que te joda el descanso, vas al agua, sales del agua, ves a esa chica se tumba al sol y chatea con su blackberry -faltaría más- y así, con esa figura encurvada, se vuelven a ir tus males.
Pero cuando ya el tema es muy gordo, tanto que lo consideras el mejor emético del verano, toca proponer o acudir a una barbacoa. La primera razón es porque si vas a vomitar mejor con el estómago lleno. La segunda, porque la sensación de hartazgo humano se convierte en otro tipo de hartazgo, más relacionado con la gran ingesta de alimentos y las partes del cerdo. Algo mucho tan placentero como una dimisión conjunta. Además, en estos actos siempre acabas solucionando el mundo con los amigos y lo ves todo mucho más posible, como concluir, entre la decimocuarta y decimoquinta cerveza, que deberías haber aprovechadi el día que se ganó el Mundial para dominar el mundo, algo que se nos pasó pero que no descartamos para futuros acontecimientos deportivos.
El verano sin vacaciones es un plomo, no se lo niego; y apostaría el brazo derecho a que preferiría escuchar un discurso de hora y media de Rajoy que esto, pero es lo que hay. O nos ponemos en modo cainita y odiamos todo lo relacionado con quien se pira -sería muy español por otra parte- o aprovechamos que Madrid se queda vacío y, por lógica proporcional, con menos gafapasteros de Malasaña guays del Paraguay de todo color y clase para vivir lo que durante el resto del año no podemos. Disfruten, que los que están en la playa tienen que aguantar a la madre gritando, al gordo roncando, al niño que pasa por encima de la toalla, los toc-toc infinitos de las palas, los  “¡¡cerveza, coca-cola, agua!!” a gritos, y trileros desplumando a pérfidos. Piénsenlo, es mejor tomarse una cerveza en Madrid en agosto con el bar vacío, el aire acondicionado lleno y un par de amigos que, como uno, se queden en Madrid antes que quemarse tantas horas al sol y aguantar a esa abigarrada gente que habita el litoral. Al final vamos a acabar huyendo de Madrid de toda la gente que vendrá en agosto.

domingo, 1 de agosto de 2010

La llamada infernal

Tienen el don de la oportunidad. Estás comiendo, llaman. Duermes la siesta, llaman. Estás trabajando, llaman. Sales escopetado de casa porque desalojan el edificio por un escape de gas, y te llaman. La ilusión de coger el teléfono cuando era un niño por ver si, milagro, me llamaban a mí ha dado paso a que cada vez que suena el teléfono me da una pereza cogerlo como si el auricular pesase dos toneladas. Así se sorprende mi madre luego, “¿por qué tardas tanto en cogerlo?”. Pues por miedo, mamá, por miedo.
Miedo a que una voz -por lo general salida desde ultramar porque hasta las centralitas las han deslocalizado, como llaman a ahorrar costes- pregunte si yo soy yo. Si te dicen eso, la cagaste Burt Lancaster. Una retahíla de preguntas inquisitorias del tipo cuánto pagas y un tonito condescendiente de que si no quiero ahorrar… seguido de la colección de adjetivos para hablar de lo majos, atentos y recojonudos que son en su compañía. Uno, que es de natural confiado, piensa que las personas entienden el idioma. Ingenuo de mí, porque por “no, gracias” a estos profesionales de calentar orejas no les viene nada y te siguen insistiendo. “Pero señor, ¿no le parece interesante la oferta que le acabo de anunciar?”; y qué vas a contestar, pues lo primero que te viene a la cabeza: si interesante es posible que sea, pero entre que le he dejado de escuchar tal cual me ha dicho que llama de Jazztel y que lo que no me parece para nada interesante es estar escuchándole a usted en vez de estar escribiendo, leyendo, jugando a la Play, comiendo o yo qué sé, no me deja más opción que no querer su servicio.
Pero la cosa sigue, porque no paran. Y ya le puedes preguntar por quién le ha facilitado tus datos que dicen que eso es secreto. He pedido hablar con un responsable, pedí que me eliminasen del archivo para que no me llamasen más, que ya por cabezonería jamás me haría de su compañía así fuese la única con fibra óptica y te dicen que sí, que te borran, pero es mentira; te volverán a llamar. Conozco a un amigo cuyo padre -jubilado, si no de qué- echa la mañana con esta gente. Que qué tal, que si la familia bien, que si por favor le puede pormenorizar la oferta...y hombre, es buena estrategia para que al final el que quiera colgar sea el teleoperador, pero como estrategia para ahorrar tiempo no es la mejor.
Yo, por contra, he desarrollado una técnica que sólo me ha fallado una vez: digo que curro en Telefónica y que mi tarifa, por tanto, está sometida a una escala especial de trabajadores de la compañía y que claro, menudo ejemplo daría. “Como currar en Coca-cola y beber Pepsi”, les digo. Por lo general te comprenden, vuelven a decirte que te borran para que no te llamen más (a mí ya me entra la risa cada vez que lo dicen) y cuelgan. No pasa de medio minuto la conversación. Sin embargo, la excepción que confirma la regla fue una chica que se empecinó conmigo; le gustaría mi voz. “Yo también he trabajado en Telefónica y la reducción era menos que la oferta que yo le ofrezco”, intentas salir por la vía de que te piden exclusividad y te dice que esa cláusula no existe y ya no te queda otra, te pones borde: “pero usted era teleoperadora, ¿verdad? Claro, yo es que soy ejecutivo y nos tratan mejor que a ustedes”. Te sientes mal, un idiota, pero qué le vas a hacer; ella hace su trabajo y tú el tuyo, esquivar sus balas. En la guerra todo vale.