miércoles, 10 de marzo de 2021

Harry y Meghan enseñan el jardín

Sin ser yo natural de las colinas de Costwold ni haber trabajado el carbón en el pueblito galés de Aberdare —ambos, cada uno en su esquina social del ring, súbditos ante los Windsor— admito cierta sensación de deslealtad y decepción ante lo que Harry y Meghan han llamado su verdad; Oprah, hacer caja, y todos los demás, tirarse los trastos como un Antonio David cualquiera, enseñando el jardín.

Tampoco debe generar sorpresa, no puede decirse que sea el primero de la familia al que el amor y la ensoñación de disfrutar una vida anónima pero millonaria —vaya con el poco espabilado— les hace perder la cabeza. La estafa, y la traición a lo que representa él como institución, está en pretender renunciar a sus deberes sin querer renunciar a los derechos o, al menos, a la asignación. Con todo, lo más cutre es borrarse siendo el actor secundario.

La Monarquía puede tener un debate serio, imposible hoy en España por esa manía persecutoria de identificar institución con ideología, pero es un partido perdido si sus miembros, nacidos con don real —a su pesar, cómo no—, pueden elegir a capricho cumplir sus obligaciones, indisolubles de las ventajas.

Si se rasca la primera capa, la de la solemnidad, la Monarquía debe estar maciza y cumplir su misión como el perro de Hades que es, y custodiar las esencias comunes de un pueblo, su unión y permanencia. Las monarquías son símbolos depositarios con una prerrogativa histórica a cambio de vivir —perdón por la obviedad— como un rey.

Empatizamos con el engorro de vestirse de gala cada martes para terminar siempre cenando en casa, como tampoco me gustaría tener que dar la mano a tanta gente como para llegar a fantasear con montar un servicio de alquiler de extremidades, aunque para mí esto se compensa con poder estrenar Barbour cada invierno. Lo de trabajarse la diplomacia va en la Gracia, altezas.

El problema no está tanto en que Harry o el tío de su abuela abdiquen —literal en el caso de Eduardo VIII— de la vida que les tocó, sino en su esnobismo al pensar que podrían existir sin un pasado. Su pasado. Se faltan al respeto a ellos mismos y al resto de telespectadores al defender que su vida les habría llevado hasta aquí si en lugar de Mountbatten-Windsor se hubieran apellidado Smith. No se pide tanto, que agradezcan lo que les vino dado y sean responsables con lo que exige.

El único mundo donde el prefijo ex genera beneficios es en el circo televisado. Harry y Meghan lo saben, ahí están vendiendo su pena a costa de hundir no ya a una suegra malhumorada, en esto también se podría llegar a empatizar, sino a un país y una historia. Me imagino al príncipe Guillermo telefoneando a Felipe VI tras ver la entrevista: «Qué hermanos nos han tocado en suerte, Majestad. Da gusto ver cómo nos facilitan cada día la existencia y el trabajo». Ojalá The Crown ya hubiera llegado a esta temporada.

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