martes, 11 de marzo de 2014

Una década

Hubo un tiempo, meses, en que me preguntaba por qué. Estrené la mayoría de edad justo una semana después, el 18 de marzo de 2004, y siempre fui de crecimiento lento así que los porqués seguían saliendo de mi boca tiempo después de que esa etapa de su vida, biológicamente hablando, tuviese que haber tocado a su fin.

Una década después el balance es rápido: acabé el colegio, saqué una carrera, trabajo de lo que estudié, tuve mi principal desengaño amoroso -entre medias (o precisamente por eso) descubrí que la cama no es sólo para dormir- y me independicé. Ha pasado tiempo, dirán, y la semana próxima estaré a dos años de la treintena. Debo seguir siendo de crecimiento lento, porque seguir preguntándome el porqué no se va. Aunque ya, a estas alturas, no sea lo importante. Quizá nunca lo fue. Desde pequeño viví el terrorismo de cerca, amenazante, en los bajos de un coche, por la profesión que eligió mi padre, Una sinrazón tan estéril, si es que la sinrazón alguna vez no lo es, como la que llevó a 191 personas a morir aquel 11 de marzo.

Y aquí estamos, una década después escribiendo tres estúpidos párrafos porque se me sigue apagando la luz cuando pienso en la fecha que es. Sin ningún vínculo directo (en honor a la verdad, casi, porque la novia de mi profesor de Economía Aplicada del colegio iba en uno de los trenes) pero con la sensación de que, en aquellos días, el vínculo, sobre todo si vivías en Madrid, era lo más directo que nunca nos había tocado de cerca.