lunes, 13 de mayo de 2013

Equipos de un solo polvo


A mí, el fútbol se me parece al amor en que esperas mucho de algo (o alguien) para darte cuenta, al final, de que ella (o el equipo) no saben ni que existes. "María es mi novia, pero ella aún no lo sabe" ha sido mi frase de cabecera durante mi infancia, y ahora creo que podría usar algo similar para definir mi relación con el Deportivo de La Coruña. "Soy del Depor, pero ellos no lo saben".

Ojo, no soy el único. Al menos somos otros 5.000 ilusos -por tener ilusiones- que viajamos a Valladolid el sábado. Aunque lo mío tiene truco, viviendo en Madrid es un paseo comparado con el viaje desde Coruña. Lo cierto es que fue un desplazamiento de creer sin ver, de detalles de enamorado pobre como sí se puede o ser de los que ganan es muy fácil. Nos dimos a la bebida como forma de olvidar que el descenso nos espera a la vuelta de la esquina, como la novia -los que tengan la suerte de tenerla- o una madre que aguarda en el recibidor de casa cuando llegas haciendo eses perfectas.

Escribí no hace mucho que el Depor se había salvado de él mismo, sobre todo ese metafútbol de perder con honra y gaitas varias que Fernando Vázquez implantó. Parece que me leyeron -perdonen la optimista presunción- y dieron por bueno y definitivo mi escrito. Desde entonces se acabó luchar con la resignación de quien lo tiene todo perdido y piensa, al menos, en llevarse puesto lo que pueda. Miras a los jugadores, echas un ojo al banquillo y parece que el único que tiene ganas de correr, empujar y, en definitiva, morder (que eso es el fútbol primitivo y original) es Vázquez, y hacerlo en traje parece complicado.

Lo que venía a decir es que viajamos a Valladolid unos muchos vestidos de blanco y azul, con el cuerpo lleno de expectativas que, como en aquella maravillosa escena de 500 días juntos, se empecinan en chocarse con una realidad cruel. Cantamos el clásico es la hinchada del Depor que ya llegó, y aunque juraría haber visto el autobús y a 11 tíos idénticos a los jugadores de mi equipo, parece que no llegaron a tiempo a Valladolid. Pocas ocasiones para un equipo que se juega seguir en Primera, mucho miedo -eso sí es más habitual- y una grada que volvió a tener expectativas con dos carreras por la banda y un centro a nadie en particular. Nos conformamos con poco, así somos.

Lo peor es que nosotros, esos que somos aficionados del Depor aunque ellos no lo sepan todavía, somos unos calzonazos. Acabado el partido aplaudimos, cantamos y nos creímos amados, tragándonos el cuento del cliché de amor-suicida de que quien bien te quiere te hará llorar, cuando se acercaron a aplaudirnos y a pedir perdón. Ese gesto, como una sonrisa despistada de la chica que te pierde, es suficiente para saber que llenaremos Riazor el domingo ante el Espanyol, viajaremos a Málaga y mancharemos Coruña de optimismo el último partido. Por alguna chica he llegado a decir que recorrería el Asia musulmán a la pata coja y vestido de jamón si me lo pidiese con una sonrisa. Aunque nos pongan los cuernos y bajen a Segunda, renovaremos el abono y viajaremos a Alcoy, Córdoba o donde sea menester. Sólo por esa sonrisa, por ese aplauso y esas manos pidiendo perdón de Valerón, que merece un quiosco en la Gran Vía.

Porque en el mundo del fútbol nunca te irás con otro. Y como gallegos, miraremos la clasificación, luego al compañero de tu izquierda que tiene a la Adriana Lima del fútbol como equipo de cabecera y encogerás los hombros para añadir en tus adentros con una mueca de resignación mientras notas su cara de superioridad clavada en ti: "A tu equipo lo quieren para una sola noche".

No hay comentarios:

Publicar un comentario