miércoles, 22 de agosto de 2012

La culpa es de Bambi

Empatizar con los animales es algo que todos hemos heredado de las películas de Disney. Era algo normal con 8 años, ver un ciervo adulto y sentir compasión por los traumas infantiles que haya sufrido. El divorcio de sus padres, verde para comer todos los días, un amigo conejo que habla y, claro, la muerte de un ser querido.
Sentir lástima por el que sufre es habitual. A echar 50 céntimos en una hucha y sentir que arreglamos el hambre en el mundo. Así funcionamos. Desde que vimos a un pequeño elefante acomplejado separarse de su madre otorgamos a los animales la condición de personas y lo extrapolamos al día a día, a los humanos de verdad.
A la sociedad le da pena el cáncer. Es un cabrón con pintas que suele atacar al azar. Pero si afirmamos cuando un familiar o amigo lo padece que no se lo merece, se está admitiendo de forma más o menos evidente que alguien, en algún lugar, sí ha hecho méritos para que la ruleta le premie con uno. Josu Uribetxeberria padece cáncer. Terminal, ni un año de vida; y al Gobierno le ha salido la vena Bambi de sentir compasión por todo lo que parpadea y, como acostumbra, no tiene bemoles y ha decidido dejarle morir en su casa, rodeado de admiradores, con el aplauso nauseabundo de todos los miembros de la Plataforma para la Defensa del Buenrollismo.
No daré saltos de alegría, pero no me da ningún tipo de pena que un etarra muera, tampoco que lo haga en prisión. Fue el secuestrador de Ortega Lara durante los 532 días que pasó en un cuadrado en el que no entraba de pie ni un bebé. Tuvo los santos cojones de, ya detenido, negar que en aquella fábrica de Mondragon hubiese alguien y de llamar “ese” al funcionario de prisiones cuando le encontraron. No tuvo suficiente el gudari vasco, y el 11 de marzo de 2004 festejó descorchando champán y brindis, la matanza de Madrid.
Son sólo dos botones de su vida. Nunca se ha arrepentido, siempre ha creído en la lucha armada y ahora pide “humanidad” para pasear por su barrio mientras se muere. Humanidad es, en su primera acepción, condición humana. Cada uno tiene la suya, y la de él sigue siendo, con cáncer a cuestas, la de un hijo de la gran puta orgulloso de serlo. Además de asesino es un cobarde que suplica cuando ve la luz acercarse a él. Acepta la compasión –mal entendida–  de un Estado que considera opresor y fascista.
Él saldrá a la calle, disfrutará de sus últimos meses de vida en una libertad que no se ha ganado, mientras todos los habitantes de la calle de la piruleta saltarán por el campo alegres y creyendo que han contribuido a la paz en el mundo y a normalizar la situación vasca. Esa paz y normalidad que gente como Uribetcétera nunca quisieron y que él va a disfrutar merced a nuestra condescendencia y empatía con todo el mundo. Culpa de Bambi y sus amigos.

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