martes, 14 de septiembre de 2010

Con la Guardia Civil no se juega

Hoy quiero hablarles de un cuerpo de seguridad -y fuerza de ataque si se ponen- que últimamente sale a la palestra por sólo dos razones: la muerte de dos de sus miembros y por tener unos “representantes colectivos” que les hace parecer ante la sociedad, si no fuese porque se empeñan en morir mostrando su compromiso de estar por sus santos cojones, unos llorones envidiosos de la Policía.
Los sindicatos de la Guardia Civil, al fin y al cabo es lo que son, tienen unas reivindicaciones históricas un tanto tontas que vienen de la cultura tan española del culo veo, culo quiero. Se aprovechan de la deriva social para mostrar como lógica la equiparación (no salarial, algo lógico) con la Policía Nacional en la unificación de escalas entre oficiales de carrera o de promoción interna.
Lo más extraño e inquietante de estos guardias que dicen representar a la Guardia Civil es que quieran ser policías. Para eso podían haber hecho una cosa bastante sencilla y tan fácil que hasta ellos lo entenderán: si querían ser policías nacionales la oposición a la que se tenían que haber presentado era la de Cuerpo Nacional de Policía, no la de la Guardia Civil. Sé que puede parecer complicado y revolucionario, pero es lo mínimo que se le puede pedir a unos trajeados que se presentan como negociadores y portavoces.
Ni por historia, ni por funciones, ni por naturaleza de los propios miembros la Guardia Civil es la Policía, ni viceversa. Naturaleza así en general, digo; porque existe un subgrupo de personas que oposita para guardia como quien oposita para funcionario del Ministerio de Igualdad, porque lo único que quiere es la panza llena y un sueldo fijo a final de mes. Pero si esta persona escoge -por considerarlo, hace unos años, relativamente fácil- hacerse guardia civil, está abocado a ser líder sindical, vivir con un trabajo que le parece tedioso e incluso antinatural (¡ay! una pistola) y que lo único que ve es que cobra menos que un policía nacional, mucho menos que uno municipal, que les mandan a misiones al extranjero y que, encima, están en el punto de mira de los terroristas. Pues claro, un tío que se hizo guardia igual que podía haber sido charcutero piensa que esto hay que solucionarlo y tira de tópicos. Que si no son cuerpo militar, que si por algo dependen de Interior y no de Defensa y demás discurso de carrerilla.
Y tras estos llorones que venderían su patria y hasta a su madre por unas condiciones no tan exigentes de trabajo están los verdaderos trabajadores. Los que tienen unos cojones como el caballo de Espartero y gritan su himno, sobre todo el “¡Viva la Guardia Civil!”, porque creen en ella, en su Historia, en su diferenciación que les hace especiales. Los que dan la vida en Afganistán y en un montón de calles de España porque es su deber, sin pensar, como harían esos guardias sindicados, que “¿por qué tenemos que venir nosotros y no la Policía?”. Los que rinden sentido homenaje, sin ruedas de prensa ni lágrimas falsas ni multitudinarios encuentros por salir en la foto a sus Caídos. La Guardia Civil es el cuerpo más maltratado, no ya por los políticos (que ellos no entiendan su idiosincrasia no me sorprende porque no les interesa), sino por los propios guardias que no quieren ser guardias. Ahora, a estas agrupaciones les han prohibido una manifestación por considerarla sindical y dicen que les tratan como a terroristas. Manda cojones que sean precisamente unos guardias los que caigan tan bajo de juntar en la misma frase al benemérito instituto y a los terroristas para compararse.
Ojalá desaparezcan por irrelevantes aquellos que piensan que para mejorar las condiciones de trabajo de la Guardia Civil, que hay que mejorarlas, desde luego, no hay otra forma que la queja estúpida, trivial e infantil; y dejen trabajar, de la única manera que saben, a esos hombres de verde que quieren honrar su uniforme; y no reducirlo a un montón de reivindicaciones que sólo pueden venir de un ignorante que no quiera a la Guardia Civil.

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