Mariano Rajoy es de esas
poquísimas personas a las que le queda mejor una locución adjetiva que un
traje. Cómo lo consigue no lo sabremos; y mejor, conocerlo sólo nos llevaría a
estropearlo.
Existen ocasiones así, momentos
en los que alguien crea algo único, quién sabe si maravilloso, y nos molesta
explicándonos el camino, empeñados en robarnos lo único que queda, una pregunta
sin respuesta. De Tyson uno no espera que le cuente cómo analizó a su adversario para derribarlo, sólo queremos escuchar que él estaba ahí, le vio enfrente y no
le quedó más remedio que tumbarlo de una hostia.
Rajoy no tumbará a nadie mientras
no narre el Tour, pero tampoco contará de más. Ni de menos, donde se siente más
cómodo. Él es sus funciones, lo que preceda a esa realidad le da lo mismo. Tocó
acompañarlo de presidente del Gobierno como pudo ser registrador o periodista.
Hemingway daba las gracias cuando le llamaban borracho con la misma soltura que
lo hace Rajoy cuando intentan estamparle el «en funciones» como insulto. Pocas
cosas hay mejores que sentirse cómodo donde los demás ven descrédito, es el
arte de no irte sin haber terminado de llegar.
El otro día, en el debate, lo
volvimos a ver. Se esforzó tanto por cumplir sus funciones que no pasó nada. Lo
cual es el máximo al que puede aspirar un presidente en funciones: misión
cumplida y un día menos para el verano. Para Rajoy hablar es una obligación
como puede serlo ser mesa electoral, y si el tema es la corrupción lo lleva
peor. Mientras parpadea nervioso y lanza «¡inquisidores!» pensará que si para
Iglesias Venezuela es un tema que ya cansa por viejo, Bárcenas debe ser del
tiempo del cine mudo.
Pero en las funciones está la penitencia, y de entre
los cuatro candidatos nadie la lleva como él. Sánchez no sabe
que es ya todo un ex secretario general del PSOE, Iglesias se cree el Mesías
sin apellidos léxicos y Rivera duda de si sus funciones servirán para no volver
el próximo invierno a las urnas.
El próximo día que Mariano Rajoy
pise un campo de alcachofas alguien le mirará y gritará «¡pero si es un
presidente en funciones!». Y como Belmonte a Valle-Inclán cuando casi le exigió
morir en la plaza como Manolete, se girará hacia él y con una sonrisa flemática
sólo le dirá que se hará lo que se pueda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario