jueves, 16 de junio de 2016

En funciones

Mariano Rajoy es de esas poquísimas personas a las que le queda mejor una locución adjetiva que un traje. Cómo lo consigue no lo sabremos; y mejor, conocerlo sólo nos llevaría a estropearlo.

Existen ocasiones así, momentos en los que alguien crea algo único, quién sabe si maravilloso, y nos molesta explicándonos el camino, empeñados en robarnos lo único que queda, una pregunta sin respuesta. De Tyson uno no espera que le cuente cómo analizó a su adversario para derribarlo, sólo queremos escuchar que él estaba ahí, le vio enfrente y no le quedó más remedio que tumbarlo de una hostia.

Rajoy no tumbará a nadie mientras no narre el Tour, pero tampoco contará de más. Ni de menos, donde se siente más cómodo. Él es sus funciones, lo que preceda a esa realidad le da lo mismo. Tocó acompañarlo de presidente del Gobierno como pudo ser registrador o periodista. Hemingway daba las gracias cuando le llamaban borracho con la misma soltura que lo hace Rajoy cuando intentan estamparle el «en funciones» como insulto. Pocas cosas hay mejores que sentirse cómodo donde los demás ven descrédito, es el arte de no irte sin haber terminado de llegar.

El otro día, en el debate, lo volvimos a ver. Se esforzó tanto por cumplir sus funciones que no pasó nada. Lo cual es el máximo al que puede aspirar un presidente en funciones: misión cumplida y un día menos para el verano. Para Rajoy hablar es una obligación como puede serlo ser mesa electoral, y si el tema es la corrupción lo lleva peor. Mientras parpadea nervioso y lanza «¡inquisidores!» pensará que si para Iglesias Venezuela es un tema que ya cansa por viejo, Bárcenas debe ser del tiempo del cine mudo.

Pero en las funciones está la penitencia, y de entre los cuatro candidatos nadie la lleva como él. Sánchez no sabe que es ya todo un ex secretario general del PSOE, Iglesias se cree el Mesías sin apellidos léxicos y Rivera duda de si sus funciones servirán para no volver el próximo invierno a las urnas.

El próximo día que Mariano Rajoy pise un campo de alcachofas alguien le mirará y gritará «¡pero si es un presidente en funciones!». Y como Belmonte a Valle-Inclán cuando casi le exigió morir en la plaza como Manolete, se girará hacia él y con una sonrisa flemática sólo le dirá que se hará lo que se pueda.


  

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