lunes, 3 de junio de 2013

21

Es un tío alto, y de Él diría que la tele, al contrario de con el resto de mortales, le adelgaza. Una voz aflautada que desde el verano de 2000 vive en La Coruña. Yo me enteré de su fichaje en Valencia, donde estaba de campamento de verano mientras descubría juegos como la botella -nunca fue tan humillante que una chica no te quisiese besar- y probé, por primera vez, a la rubia más fiel: la cerveza. Tenía 14 años y mi equipo acababa de ganar la Liga. Poco más de una década después, Valerón se va y mi equipo acaba de bajar a Segunda.

En estos 13 años finalicé el colegio, tuve mis desamores, empecé y terminé una carrera y, ahora, unicornios mediante, trabajo. Se resume muy rápido, pero cuando oyes que Él decide que se acaba, cuando llorando recuerda que el reloj avanza para todos -incluido para Él que lo reta con detenerlo cada vez que controla un balón- te das cuenta de que han pasado muchas cosas y Valerón siempre era el '21' de tu Depor. ¡Pero si hasta lo era cuando perdí la virginidad! Y visto el resultado de aquella noche no me hubiese venido mal una asistencia mágica, que del gol ya me encargaba yo.

Un hombre que se va ovacionado de todos los campos en los que juega sin haber necesitado marcar un gol en la final de un Mundial debería generar suspicacias. Algo trama, piensas, si lo único que traza son sonrisas y pases invisibles. Incluso cuando le partieron la pierna fue asquerosamente perfecto, educado y bondadoso. De esa gente que te hace ver que tú no lo eres pero que te hace recuperar la confianza en que los futbolistas pueden ser algo más.

Con Valerón no sólo se va el amor más duradero que he tenido nunca, sino que se marcha siendo el futbolista español más talentoso que he visto y que sobrevivió con una forma de jugar al fútbol (o quizá, gracias a ella) que, en sus años, no era comprendida ni valorada si tu pasaporte era español, pero que ahora parece que lo inventamos en 2008.

Don Juan Carlos es, para la afición del Depor, un gallego más. Daba igual donde nació, es patrimonio del club y el club es coto privado de Valerón. Porque sólo Él se dejó su clase y su rodilla en Riazor tantas veces como hiciera falta, como si no existiese final a su toque. A veces necesitaba regatear tres veces al mismo tipo. Su velocidad nunca destacó y al que dejaba atrás volvía a encontrárselo cinco metros más allá. "¿Tú otra vez?", y con parsimonia, como quien coge el azúcar del armario, volvía a dejarle sin balón y sin orgullo. Entonces hacía 'clic' y sin apenas despegar la bota (negra, siempre negra; como Dios manda) del suelo ponía un balón inimaginable que sólo necesitaba un toque más, a la red.

Un compañero del periódico siempre dice que el gol es feo y sucio, como el orgasmo -tan necesario pero tan sórdido-, y que lo bonito en fútbol es lo inmediatamente anterior al gol. Y ese no-lugar no es que lo habite Valerón, es que lo creó y decoró a su medida: maravilloso, sonriente, ilusionante y cargado de misterio con el "¡ooooh!" de la grada. Tan raro es verle enfadado como fallar un pase, y aún con esas, no pudo evitar que volvamos a Segunda.

El Deportivo seguirá, pero la gente no se va hasta que no se la olvida, por lo que Valerón nunca abandonará Riazor. En cualquier momento se puede dar el espejismo de verle haciendo su vuelta sobre sí mismo, y si se entornan bien los ojos, se intuirá cómo remata Makaay y se abrazan a Mauro Silva y a Fran. Mi equipo tenía dos grandes activos consonantes: Valerón y la afición. Ahora serán todo uno, porque Él se convierte en aficionado. Nos llevará en el corazón, dijo en su despedida; nosotros no podemos decir lo mismo porque ya nos lo robó 'El Flaco'. Así que, don Juan Carlos, simplemente una última cosa: Gracias.