miércoles, 9 de octubre de 2019

Ser feliz (para Carmen)


Seamos sinceros para empezar: la infelicidad tiene más fama que la ñoña de su hermana bonita. A los genios, signifique lo que tenga que significar eso, uno los supone creando perdidos en una niebla de humo de tabaco, cabizbajos, con los dedos índices apretándose la sien, renegados y renegando de todo con los vicios que cada uno se pueda permitir. Nadie los cree felices, levantándose de la cama de un salto con una sonrisa, saludando a los vecinos al coincidir y riendo a carcajadas con una comedia cualquiera.

Dibujamos como interesante al que se oculta y recela, mientras que a los felices les damos por pizpiretos soñadores, con una levedad de pensamiento que los incapacita para tomarlos en serio.

Esto, por supuesto, es una gran gilipollez.

La felicidad es tan contagiosa como el virus más odioso, pero lo peor es ver cómo nos cuidamos muy mucho para no ser infectados. Nos da pánico ser felices y huimos de quien lo es, no vaya a ser. Por suerte existen personas que te inoculan su alegría con una naturalidad tan envolvente que querrías estar siempre ahí y dejarte hacer.

A veces uno llega a ser feliz tan rápido como lo que tarda en cruzar la puerta de una taberna artesana, escuchar un «¡qué guay!» sincero mientras te miran a los ojos con una sonrisa y te apoyan una mano en la espalda. Si alguno conoce Verdejo, lo sabe.

No hay una receta para ser natural; para sentirte bien, querido y en casa. Supongo que ayude la cocina; los escabeches, claro, pero esto no va de platos, sino de personas. Verdejo, Marian y Carmen son, hablo en presente, un descubrimiento tan positivo como inesperado para Bea y para mí. Son parte de nuestra historia, ellas lo saben. Las querremos siempre por ello.

Si la primera vez que comes en Verdejo te vas pensando que, aunque no caigas en ese momento, debes conocerlas de algo –tanta complicidad en el trato no puede ser gratuito, dices–; en el (pen)último regreso te da casi igual la cena mientras puedas pasar con ellas ese rato. Te han engañado, no lo has visto venir y ¡zas! Te han quitado con dos frases y una sonrisa tu pose de chulo.

Es posible que en realidad Verdejo, Marian y Carmen no te inyecten nada ni te hagan más feliz de lo que eras, sino que simplemente (a cuántas cosas sabe este simplemente) te lo emplatan y te lo enseñan. Con ellas no te importa ser vulnerable, mostrarte feliz ni que quien pase por la calle te crea pizpireto, leve de actuación y pensamiento y algo ingenuo porque te lo pasas de puta madre.

Ayer, un accidente de moto se llevó a Carmen, gran maestra de la felicidad. Es curioso cómo ha calado tanto en tan poco tiempo y cómo la considero propia sin ser de mi círculo cercano; hay que tener cojones para lograrlo, por eso hoy duele muchísimo su adiós. No sé qué habrá después, pero donde sea ya estará mirando a los ojos de alguien, subiendo y bajando la cabeza para reafirmar la atención en lo que le dicen y terminando la conversación con su timbre agudo: «¡Uau, tío! ¡Qué guay!».

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