Una de las muestras de afecto más
sinceras que suelo tener hacia alguien es recordar su nombre. Por lógica,
además, es de las primeras que hago. No recuerdo el día que memoricé el nombre
de Josechu, éramos unos canijos de guardería; ni tampoco cuándo pasó a ser
Chechu por economía del lenguaje. Sí recuerdo que siempre consideré una pérdida
de tiempo innecesaria -en las necesarias es curioso recordar cómo también es
protagonista- que nos recordase que se llama José Ignacio.
Cuando camina -brazos caídos y cabeza
como un péndulo, de izquierda a derecha- le bailan las muñecas y las manos se
le ven algo flojas. Colgadas como si se hubiese olvidado de que están ahí.
Despistado como es. Al principio desespera, pero al decimoquinto año de convivencia
uno empieza a acostumbrarse. Mientras su cuerpo se mueve así, su cara sonríe.
Es su estado natural. No sé si será la más bonita, pero sí es la sonrisa que
más trabajo tiene de cuantas conozco.
En número de brazos Chechu es igual
que cualquiera, pero hay que ser muy especial para conseguir en vida lo que algunos
no consiguen ni enterrados: que digan de ti que eres el mejor amigo de tus
amigos. Chechu es un tópico, que es una de las cosas más difíciles de conseguir.
Ser ese al que acudir, desprendido, atento y sencillo es una tarea tan poco
agradecida que hay que ser buena persona. Demasiado duro para cualquiera, un
día más para Chechu. Da miedo comprobar cómo de natural es para él hacer algo bueno
por los demás. A veces hay quien lo ha confundido con ingenuidad y nos ha
tocado a otros ser Chechu para Chechu. Golpeado, el resentimiento nunca le ha
movido aunque haya tenido en este amigo a un consejero que le ha intentado
hacer comprender que la venganza mueve el mundo tanto o más que el amor. Un
mundo lleno de chechus sería un
coñazo, pero sin él sería una puta mierda.
Que Rocío ahora sea su mujer sólo
atiende a lo magnífica que también es. Ella, además, debe haber visto algo
parecido a lo que aquí se escribe para atreverse a casarse con él.
Felicidades. A Chechu por los 31 y
a ambos por vuestra aventura sin final.
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