martes, 11 de octubre de 2016

Un viaje de cinco centímetros

Sólo hay algo peor que ser invitado a una fiesta, ser anfitrión. Es algo que sabes desde aquella primera vez que tuviste que rellenar invitaciones de cumpleaños, esos dípticos donde un texto predeterminado e impersonal combinaba con espacios vacíos para rellenar a mano. Aquellos huecos en blanco eran los cinco centímetros más largos y pesados que habías visto. Cinco centímetros nominativos para ser o no uno más; eran la distancia que marcaba una amistad.

Entre Bogotá y Madrid hay más de cinco centímetros y Manuela Carmena lo sabe. También cuando aceptó la invitación para viajar hasta allí, de la misma forma que sabía –los alcaldes, a veces, saben– que otro díptico con su nombre esperaba respuesta en Cibeles para una fiesta que tendría lugar en la ciudad que ella misma rige. Como no podía ser de otra forma la rechazó; Madrid está demasiado lejos de Bogotá.

Carmena ni siquiera es original en pensar que el 12 de octubre es un coñazo, Rajoy se le adelantó. Hay que entender que la coherencia personal es, al mismo tiempo, virtud de candidato y perdición de gobernante. Condición obliga, y mientras del aspirante se presupone cierta indolencia en el discurso y las acciones, del que ya tiene un sillón oficial uno espera que cambie sus seguridades ideológicas por la responsabilidad.

Pasar de la comodidad de defender unas ideas a ser el guardián de una ciudad entera conlleva incoherencias como, por ejemplo, acudir a la Fiesta Nacional aunque te parezca un coñazo y prefieras estar rodeada de amigos en Bogotá. Los husos horarios y la industria aeronáutica parece que permitirían a Carmena acudir a ambos eventos, pero si sólo pudiese aceptar una invitación habría que explicar que la alcaldesa de Madrid se debe antes a un votante de sus adversarios que a sus propias fobias.