Uno
ve a un energúmeno, rodeado de otros energúmenos, ponerse a gritar y a
intimidar a un político y lo que uno cree estar viendo es a un energúmeno, rodeado
de otros energúmenos, ponerse a gritar y a intimidar a un político. Y no.
O, al menos, no siempre.
Quien
menos recuerda haber atacado a algún compañero en el colegio y cómo, alguna
vez, esa furia colectiva y cobarde (la turba suele serlo) se volvió contra uno
mismo. Cuando eres parte, ya sea promoviendo o actuando, u odias al que lo
sufre, consientes; la cosa cambia cuando la víctima es uno mismo y la
humillación supera cualquier dolor físico. El acto es el mismo, pero cambia el
sujeto.
Cuando
eres pequeño no sabes justificarlo pero defiendes que son cosas diferentes, y
cuando eres mayor, si quieres jugar a malabarista y hacer creer que hay diferencias
que no existen, sólo queda el cinismo. De la misma forma que la crisis hizo que se supiera lo que es la prima de riesgo, los energúmenos callejeros nos han traído la palabra escrache. Se puso de moda hace algo más de un año y básicamente
consiste en que un energúmeno, rodeado de otros energúmenos, grita e
intimida a políticos. De derechas. En aquel momento el miedo cambiaba de bando
y a los por entonces aspirantes a representantes públicos se les llenaba la
boca de libertad de expresión entre sonrisas cómplices.
Hoy
ya son piezas públicas. Tienen responsabilidades y sí, sus decisiones también
decepcionan. Como las de cualquier político en algún momento, por otra parte. Nada habría de
nuevo si no fuese por su auto convencimiento de ser los mesías, salvadores de un
pueblo que no sabía lo que era la democracia, unas elecciones libres o un
debate público. En sus reuniones, sentados a la mesa, niegan con la cabeza,
incrédulos, dejando una pregunta en el aire que nadie sabe responder: “¿Pero es
que la gente, esa misma gente por la que abandonamos nuestros cómodos asientos
universitarios, no entiende que nosotros somos los buenos?”.
Contra
los buenos no cabe crítica. Políticos y periodistas contrarios se convierten en
caverna y el ciudadano de a pie, en facha alienado. La misma acción muda en distinta por el simple hecho del quién. Un elemento que para
cualquiera no diferencia una acción de otra, pero es que ellos no son
cualquiera. Ellos han venido para liberarnos y mientras aplaudían el acoso a
los otros, se llevan las manos a la cabeza cuando lo sufren ellos.
Hay veces en que un exaltado que grita a un político arrinconado es un héroe y otras, un delincuente. Para saber cuándo es uno u otro, basta con hacer una pregunta que vale tanto hoy como hace más de un año: "¿es de los buenos o de los otros?". Imbécil es aquel que tiene respuesta.
Hay veces en que un exaltado que grita a un político arrinconado es un héroe y otras, un delincuente. Para saber cuándo es uno u otro, basta con hacer una pregunta que vale tanto hoy como hace más de un año: "¿es de los buenos o de los otros?". Imbécil es aquel que tiene respuesta.
Me sorprende que alguien que presume de tener una moral que no tiene y que no conoce el significado de las palabras ‘respeto’ y ‘honradez’, se atreva a hablar de la diferencia entre los “buenos y los otros”.
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