martes, 26 de mayo de 2015

El centro

POR EXTRAÑO que pueda parecer, hay ciudades donde sólo existe un centro geográfico. Lugares en el que todos los habitantes están de acuerdo en cuál es ese punto y conviven en consonancia a esa realidad aceptada. Por suerte, Madrid no es una de ellas. Aquí todos vivimos en el centro, incluso mi hermano, que cuando se mete en la cama lo hace en Soto del Real.

La explicación rápida y fácil -no siempre son sinónimos- es la chulería madrileña, el toque socarrón que hace que aunque se sepa que uno vive en las afueras de la ciudad (en Zamora, por ejemplo), nos burlemos del interlocutor para decir que nones, que el centro de Madrid está ahí y lo demás, tierra inexplorada. Es un error creer esta teoría. Tengo comprobado que la percepción de la centralidad en Madrid no es sólo un problema político, sino habitacional. La gente no es que crea, sino que sabe que su casa es el punto sobre el que se cimienta Madrid. Mi nómina de amigos cayó muy repartida: Nuevos Ministerios, Plaza Castilla, Embajadores, La Latina, Sol, Argüelles, Avenida de América, Vallecas, Manuel Becerra, Montecarmelo… y no encontrarán a uno que se crea periférico. ¿Están equivocados? Claro que no. Los minimadrid en los que se divide la ciudad –uno debería referirse siempre a Madrid en plural– son tantos como personas haya con ganas de reivindicar para sí el centro geográfico.

El eje de la villa rota de la misma manera que el Sol lo hace sobre la Tierra (eso afirma una minoría de españoles y un servidor reivindica ese humor no correspondido). Así, todo gira sobre Las Ventas en mayo o sobre Las Vistillas en agosto y, de forma simultánea, alrededor de tu casa. Otra cualidad de esta virtud es que no es un concepto solidario y para que uno viva en el centro –y si ha leído hasta aquí sabe que es usted ese afortunado– cualquier conocido lo tiene que hacer en la otra punta, así sea tu vecino del piso de abajo. Los conflictos físicos se evitan gracias a la condescendencia de no reprochar la lejanía del otro porque, total, viviendo en el centro todo te pilla más o menos cerca.

El mayor ejemplo del síndrome centrista es mi amigo Charlie, que desde septiembre vive en Houston y todavía hoy, cuando nos rechaza un plan, lo hace escudándose en que ya tenía comprometido ese día para hacer otra cosa, a pesar de que el sitio que habíamos elegido le venía estupendamente por pillarle «al lado de casa».