lunes, 8 de abril de 2013

Salvados


Fernando Vázquez llegó a un equipo cansado que había aceptado, antes de tiempo, que ya era equipo de Segunda, otra vez. Muchos lo creíamos así, sobre todo viendo el esperpento que once blanquiazules daban durante 90 minutos cada semana y que nos tragábamos como aquel vecino que te dice que odia Gran Hermano pero, aún así, lo ve por curiosidad. Esos son los peores.

Yo lo veía como los gallegos de mi aldea. Con el insulto ya preparado en la boca hacia los míos pero sin que se te termine de ir de la cabeza que quién sabe, cosas más raras se han visto y en peores plazas hemos toreado. El Depor no está salvado, es obvio, pero sí nos hemos salvado de irnos al pozo como unos meapilas con botas. Toca zafarrancho, la heroica o los cojones y un entrenador gallego con más pinta de intelectual que Lillo y Guardiola juntos -para algo es filólogo germánico- los ha puesto a disposición del respetable.

Siempre he pensado que el sermón de que la afición del Atleti es la mejor de España es una de esas mentiras mil veces repetida. Postureo futbolístico con el que sobrevivir a una conversación sobre esto de dar patadas a un balón, como decir que Woody Allen es un artista del cine o que un grupo cualquiera español con nombre inglés y camisas de cuadros sorprendentemente grandes son lo más. Riazor, su gente, es como ese Clint Eastwood denostado como actor, que se empeña en llevar la contraria a la gente con una historia de amor pocas veces -o nunca- vistas. Llena el entrenamiento, llena el estadio, llena el aeropuerto y vacía su garganta. Llena de esa palabra/conjuro: maloserá. Y se ha conseguido, nos hemos salvados.

Al menos, de nosotros mismos; que de eso se trata. Teníamos cara de soplones de la mafia que saben que van a morir y ahora somos como el Al Capone de De Niro en Los Intocables y su "el combate no acaba hasta que no suena la campana". Llevamos tres puñetazos seguidos levantando el mentón y diciendo que qué carallo, que somos el Depor.

El que busca filosofar con el fútbol se equivoca. No es más que algo trivial, lo más importante de lo no importante quizá, que te alegra o te amarga porque, independientemente de si eres catedrático de Harvard, vuelves a la irracionalidad de tu infancia durante 90 minutos. Al grito, al insulto fácil sobre el rival, a la risa, al ingenio en algunos casos, a la desesperación y, a uno como a mí que le toca verlo desde Madrid, a ese recuerdo tan lejano que era hablarle a la pantalla de la televisión esperando una respuesta que no llegaba.

Mientras nos vayamos a Segunda así, benditos seamos. Será una excusa para tomar esa copa de whisky de más que por educación te empeñas en rechazar entre diario. No sé lo que pasará, aunque yo sólo espero seguir viendo las carreritas de Vázquez por la banda, con esa cara de vende bíblias, señal de que nos van bien las cosas así en Primera como en Segunda. Amén.