domingo, 31 de octubre de 2010

Con ánimo de ofender

No, no es original el título de la columna; así que los lectores de un tal Pérez-Reverte pueden ahorrarse los comentarios mentando a mi madre y acusándome de plagio porque lo hago con conocimiento de causa. Tanto que cuando el blog se abría estuve cerca de llamarlo así, pero compararme con el académico de la RAE, periodista y escritor es insultarle. Y me gusta el antiguo y con mala fama arte de insultar, pero no a quien se admira profesionalmente.
El caso es que Reverte ha sido objeto de crítica durante estos días en los que he andado desconectado y al enterarme me ha resultado curioso. La gente paniaguada, feministas erizadas por comentarios sin trasfondo machista alguno -éstas ven machismo hasta en el uso lógico del lenguaje al emplear el plural neutro-, los esclavos de lo políticamente correcto y beatos bienpensantes son tontos del haba y, desde luego, nada seguidores de los escritos de Arturo Pérez-Reverte. Cada uno tiene sus gustos literarios, si es que los tiene, pero escupir veneno por un comentario nada sangrante para lo que acostumbra el periodista es tener tal desconocimiento de uno de los escritores españoles más leídos de las últimas décadas que roza lo trágico en esa gente que se llama ‘cultura’.
El título de esta columna es, a su vez, título de un libro recopilatorio de artículos de opinión del lapidado escritor; dato, éste, que si fuese del conocimiento de la turba chillona habría cambiado muy mucho la cosa. Los ajustes de cuentas son sólo propiedad del que no tiene nada que perder; bien porque nunca lo ha tenido o porque rechaza cualquier privilegio que pudiese pertenecerle, y éste es el caso del dueño de la T mayúscula. No conozco -aunque espero hacerlo algún día- a Arturo Pérez-Reverte, pero estoy seguro que la libertad con la que escribe (“escribo con tanta libertad que me sorprende que me dejen” aparece en las contraportadas de Cuando éramos honrados mercenarios y Con ánimo de ofender) es resultado de su libertad personal. Nada atado a juegos políticos de lamerse los unos a los otros para garantizarse el pan, escribe lo que quiere y como quiere, lo que da por resultado obras y artículos generalmente mucho mejores que la obra de todos aquellos que ven la luz gracias a un peloteo que a mí, y sólo gasto 24 años, me empieza a hartar.
Está claro que todo esto se montó por ser quien es. Un escritor que posiblemente se dejó los complejos y el miedo al qué dirán en Sarajevo, que se despidió de sus jefes en RTVE con un “que os den morcilla” -y por escrito, para que no queden dudas-. España, la Historia se empecina en que lo aprendamos a base de pseudointelectuales, es envidiosa y tozuda. No soporta el éxito ajeno y éste es un botón más. Desde luego no pretendo defender a un cartagenero tan echado para delante con el teclado como en su antigua profesión porque el abismo que nos separa es tan grande que, como dije, sería ridículo. Pero es que la dictadura de lo políticamente correcto, ese poder establecido por decisión divina que nos dice a quién leer (Reverte carca, Ken Follet mola), qué beber, qué gustos tener, qué espectáculos ver llega tan lejos que se permite el lujo de criticar a uno de nuestros autores nacionales contemporáneos más leídos por su ideología “neoliberal de derechas”.
Escribo todo esto para decir que sí, que Moratinos fue un auténtico manta mientras fue ministro y lo fue más aún a la hora de despedirse porque no perdía a un amigo o a un familiar, sólo algún que otro privilegio. Y desde luego, me ahorro ataques ya que yo no soy nada conocido, sólo un periodista en paro con ínfulas de historiador -quizás por eso me guste tanto-, pero aunque me ataquen, yo seguiré yendo a los toros, girando la cabeza cuando vea a una chica guapa, abriéndole las puertas a toda mujer que vaya a entrar a la vez que yo a alguna estancia (aunque sea antiguo que te rulas y sólo me falte el sombrero de ala y el bigotón), leyendo a peroidistas españoles como Pérez-Reverte o Antonio Herrero y rehuyendo, por instinto, de todos los best-seller porque las dictaduras siempre han perjudicado la cultura; y mucho más peligrosas cuando, como en este caso, vienen disfrazadas del deseo de las masas.